El mundo está al borde del colapso, una base en la que Cristina Grosan edifica el escenario perfecto para dar forma a la historia que viven tres mujeres que se enfrentan a su propio caos en diferentes etapas de la vida. Una adolescente, una madre joven y una mujer madura que acaba de perder a su marido ven a lo largo de un mismo día cómo todo se desmorona a su alrededor en lo personal mientras se derriba también la seguridad terrenal, atisbando una oportunidad en ese momento en el que el planeta en sí mismo comienza a desintegrarse.
La directora vuelve sobre sus propios pasos para retomar el tema de las crisis personales (ya lo hizo con su debut Things Worth Weeping For) en una película que se divide en episodios para que podamos seguir de cerca a estas tres mujeres que encuentran un punto de inflexión cuando se cruzan sus historias. Tiene algo de bucólico presentar el caos a plena luz del día en un ambiente generalmente femenino. Son mujeres enfrentadas a sus propios problemas en la que podría ser una jornada cualquiera, pero que está llena de alicientes para convertirla en única. Grosan se atreve con tres generaciones distintas en momentos que podrían resultar opuestos pero que se alimentan entre ellos para dar un aspecto global a las heridas, del mismo modo que con su cierre consigue compenetrar todas las historias para que tengan un mismo final, uno tajantemente introspectivo y abierto a la aceptación de ese incierto avance en la vida.
Para ello aprovecha un posible futuro que no se intuye más allá del casi anecdótico perro-robot que pertenece a una de las protagonistas, y lo convierte también anecdóticamente en una especie de historia de ciencia-ficción catastrofista para igualar el sentido de pérdida de control personal y emocional con una verdadera ruptura de la vida conocida hasta el momento. Las catástrofes unen, parece querernos decir la directora con estas historias, no importa la índole de las mismas.
Ordinary Failures es un claro retrato del amor propio a través de la forma en que se procesa hacia los demás. Nos habla de una esposa que añora otro momento de su vida, de una madre que no sabe manejar los sentimientos que le provoca su complejo hijo y de una adolescente que no está interesada en los estereotipos que dictaminan cómo debe comportarse a su edad bajo la mirada de sus propios padres. Todas reciben amor y no saben gestionar sus propias vidas, algo que desarrolla con calma, sin apropiarse de ningún espacio, con la cámara siempre cerca de sus anti-heroínas, erráticas y a punto de perder el control, en una sola jornada, para interesarse por lo minúsculo e imperceptible dentro de un gran acontecimiento que disipa la importancia de todo lo que les genera esa desazón. Pese a ese cruce final de personajes a la película le falta en cierto momento un empaque más allá de lo fortuito de una especie de giro dramático de la naturaleza de la humanidad. Sus tres historias son totalmente independientes y no enfocan realmente el interés que se espera de ellas, siendo la alegoría del desenlace algo totalmente inane con respecto a lo mostrado anteriormente. Sí, sobre el papel es significativa esa comparación que implementa Cristina Grosan, buscando empatizar con personas que se encuentran en un estado concreto pese a la diversidad de sus problemas, pero no transmite en sus imágenes esa fuerza que describe en sus movimientos, pasando a ser la idea mucho más compleja que la propia ejecución. El film es accesible, en ocasiones valiente, pero se echa en falta ese paso adelante que realmente consiga emocionarnos.