Nick Chambers es un joven de Los Ángeles que acaba de ganar una cena íntima y personal con su ídolo femenino, la actriz Jill Goddard. Mientras está en el hotel, recibe una curiosa llamada de un tipo sin identidad aparente que le informa de que Goddard ha cancelado la cena, y le ofrece a Nick una oportunidad para vengarse. A partir de aquí, cualquier cosa que se diga sobre la trama de Open Windows, tercera película del cántabro Nacho Vigalondo (Los cronocrímenes, Extraterrestre), podría ser considerado spoiler, ya que este es uno de esos thrillers en los que conviene saber entre poco y nada de línea argumentativa para así favorecer el factor sorpresa.
Precisamente es eso, sorpresas, lo que Open Windows revela durante buena parte de su metraje. El grueso de la acción se desarrolla, tal y como indica el título, en diversas ventanas abiertas en el ordenador portátil del protagonista, Nick. Lo que podría parecer farragoso e incluso incómodo para el espectador, aquí Vigalondo lo solventa bastante bien, hasta tal punto de que por instantes podemos olvidarnos de tal factor. Esta idea favorece bastante el suspense en la primera parte de la película, ya que en la gran mayoría de escenas sólo vemos lo que Nick ve, contribuyendo así a crear una atmósfera de tensión bastante curiosa.
Tampoco el cambio de escenario rebaja la tensión, como en otras ocasiones ha podido suceder. Más aún, a raíz de este suceso la trama de la película termina por desplegar todas sus cartas, incluidas las de la interpretación de sus actores. Sobra decir que Sasha Grey, ex actriz de cine para adultos (bonito eufemismo) ya reformada, es quizá el principal centro de atención de la obra. O al menos desde un punto de vista mediático, ya que el peso dramático lo lleva Elijah Wood en su papel de Nick. Si bien ambos cosechan unas actuaciones decentes (mejor Wood que Grey, obviamente), servidor se tiene que quedar con el gran Neil Maskell, en un papel que guarda ciertas reminiscencias respecto al que le vimos desarrollar en la serie británica Utopía.
Aunque hay que reconocer que por momentos tanta fastuosidad visual, cuya cima se alcanza con los entornos en 3D a través de diversas cámaras en una mochila, puede llegar a abrumar, sería de necios negar el trabajo que se ha llevado a cabo en este aspecto. Una película que se centra tanto en el vector tecnológico como núcleo argumentativo merecía una parcela visual a la altura, y aquí la tiene. Además, cumple la función de adornar ciertas escenas donde el suspense cae el riesgo de rebajarse. Eso sí, hay que aclarar que ciertos elementos parecen pertenecer más al entorno de la sci-fi que del panorama tecnológico actual.
Por fin llegamos al punto donde este tipo de thrillers se mueven para definirse en la escala que va desde obra maestra del género hasta la mayor de las decepciones. Hablamos del desenlace, obviamente. Y por desgracia, en Open Windows el final dista bastante de ser satisfactorio. Ya sospechábamos que un argumento que se iba enrevesando tanto no podía acabar demasiado bien, por muy bien hilado que estuviera todo hasta ese momento, y así sucede. El giro argumental es brusco y en vez de provocar que la gente se lleve las manos a la cabeza, casi se podría decir que genera indiferencia e incluso resignación, ya que un argumento tan elaborado merecía un final similar en vez de limitarse a ofrecer nuevos datos que obligan a reinterpretar casi toda la obra.
De todas formas, que no podamos considerar a Open Windows entre la flor y nata de los thrillers no quiere decir que sea una mala película. La cinta de Vigalondo consigue una de las cosas más importantes en estas películas, como es el mantener al espectador bien apretado en el sillón sin perder ojo de lo que sucede en pantalla. Luego ya vendrá la decepción final, pero hasta entonces el camino a recorrer está lleno de suficientes bondades como para negarlas tajantemente.