Dos películas gallegas ambientadas en las islas de su costa atlántica han llegado en 2020. Primero fue La isla de las mentiras de Paula Cons —cuya acción transcurre en Sálvora— y ahora es Ons de Alfonso Zarauza la que confirma una vez más la fuerte conexión de la cinematografía propia de la región con la exploración de los vínculos con el territorio como uno de los grandes focos temáticos y motores discursivos de sus cineastas. Mariña (Melania Cruz) viaja junto a su marido Vicente (Antonio Durán) a la isla que da título a la película para pasar la estación estival cerca de su hermano, un guarda del parque nacional, y su familia. Pronto salen a la superficie los problemas enquistados en el matrimonio, subrayados por la aparente idealización de la vida en la isla de los personajes de Marta Lado y Xúlio Abonjo. Se añade además un elemento externo desestabilizador en la presencia de una joven extranjera (Anaël Snoek) que aparece inconsciente en la playa, sin recuerdo alguno de su identidad o su pasado, como centro de una narrativa elíptica sobre la que se sugiere la existencia de grandes secretos.
Desde la llegada de los protagonistas en una lancha con la luz iluminando sus optimistas rostros con tonos de colores cálidos hasta el plano final, que invierte su posición y suma el frío del clima y también de su paleta de colores, toda una transformación sucede, invisible a primera vista, en el transcurso de su tiempo allí. Además, este tratamiento minucioso de la fotografía como elemento expresivo de la psicología de los personajes se percibe recurrente en la composición de los planos a lo largo del relato. Especialmente en la relación de Mariña y Vicente, que comparten escenas de diálogos cuyo espacio se ve roto por líneas arquitectónicas que marcan una separación emocional clara entre ambos —en la escenografía también por elementos del mobiliario y las paredes de la casa familiar donde se hospedan—.
A través del misterio y de la incógnita que supone la turista sin memoria se desencadenan las proyecciones de Mariña sobre sus infinitas posibilidades de ser y sus deseos. Una mujer sin traumas ni heridas implica para ella la mirada a un potencial infinito para sí misma —uno que creía ya se le había escapado de su alcance—. Su carencia de una identidad concreta la hace aparecer como una vasija en la que los demás pueden incorporar sus anhelos de una vida abierta a lo desconocido y lo nuevo cuyo momento ya pasó. Su nombre, otorgado por el personaje por Melania Cruz, no puede ser más significativo: Creba, un objeto de cierto valor que las mareas traen de regreso a la costa y cuyo origen está en un naufragio o un temporal. Del dolor y el desastre es posible extraer algo valioso del interior de uno mismo.
El tiempo parece un concepto abstracto en la película de Zarauza. Algo que no existe en la isla, desconectada del continente, cuyo transcurso únicamente se puede deducir por el cambio de las mareas y el clima. La rutina de Mariña saliendo a correr y siguiendo con su trabajo de traducción, los tiempos muertos de Vicente pescando o desapareciendo durante horas, el mantenimiento del faro que realiza su cuñada (Lado)… forma parte de una desconexión general de la realidad de la isla con la del continente, que incluso da pie a cierta intromisión de carácter sobrenatural, inexplicable, en algunos de los comportamientos. La abundancia de planos medios y la cámara fija, que siempre contienen su relación con lo que les rodea, muestra un ineludible vínculo entre estas personas y el paisaje, La naturaleza de los espacios no sólo define nuestra relación con ellos sino también entre y hacia nosotros al habitarlos y transitarlos.
Un elemento crucial del filme que nos traslada a un uso parecido de la evocación sensorial de los elementos de la naturaleza y el entorno físico para transmitir el aislamiento, la falta de comunicación y la alienación de sus personajes que puede recordar obras como las de Roberto Rossellini (Stromboli, 1950) o Michelangelo Antonioni (Il deserto rosso, 1964). Parece inevitable de hecho este diálogo de sus imágenes con algunas películas de estos cineastas italianos en su exploración de las relaciones matrimoniales (Viaggio in Italia, 1954) o el enigmático personaje de Creba desaparecido al menos en su esencia, trastocando las vidas del resto a su alrededor en su aparentemente estática existencia (L’Avventura, 1960).
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.