Hace unos años se intentaba desde las distribuidoras animar el panorama de otoño con alguna “perla” surgida del festival de Cine de Sitges, pero solía ocurrir que aquellas cintas ganadoras o en boca de todos durante el certamen no cumplían luego en la taquilla española, más allá del fenómeno de [•REC], claro está.
En la edición del pasado año, entre todas las cintas que sobresalieron o encandilaron al público, destacó aquella película que protagonizó una ovación de cinco minutos al acabar su proyección, una cinta japonesa de un director que sólo los más interesados, y en Sitges abundan, conocían. El filme en cuestión era One Cut of the Dead, que llega ahora a nuestras salas de cine, tal vez un tiempo demasiado largo —casi un año— para aprovechar el tirón del festival catalán, pero que uno no debe perder la ocasión de disfrutarla.
One Cut of the Dead, en su corta sinopsis oficial, nos sitúa en medio de una cinta de bajo presupuesto, con un equipo mínimo, que intentan rodar una obra de zombies, cuando, mire usted por donde, se encuentran en medio de un auténtico apocalipsis de muertos vivientes para terror y diversión del espectador.
Muchos son los que han escrito acerca de la declaración de intenciones y del amor al séptimo arte sobre todo y por encima de todo que impregna al filme, salpicado además de un humor que funciona a la perfección, más si cabe a partir de una segunda parte con giro de guión que descoloca al espectador, que hasta entonces disfrutaba de una cinta de terror de serie B, o por momentos incluso de serie Z, y es entonces cuando comienza a comprender mejor el artefacto en que consiste la obra de Shinichirô Ueda.
Para este mencionado artefacto fílmico, que funciona como un reloj a partir de esa segunda mitad donde descubrimos todos los entresijos y detalles que acabábamos de pasar por alto en la primera parte, los responsables utilizan todos los clichés del género para jugarlos a su favor de manera harto interesante, además de estar apoyados en un guión sólido y astuto, junto a una dirección más que eficaz, aunque en este segundo apartado la cámara parece un poco esclava del libreto que también firma el propio cineasta.
Películas de zombies hay tantas como estrellas en el cielo. Obras sobre gente haciendo cine, no tantas, pero también es un lugar común. Aunar las dos ideas no significa un éxito inmediato, por es de agradecer que de la ecuación salga algo tan remarcable, algo que a posteriori parezca tan fácil y sencillo de hacer, que parezca increíble que no se hubiera rodado antes.
One Cut of the Dead es un entretenimiento maravilloso, tan sencillo y con una mirada tan tierna por la profesión que no consigue más que encandilar a cualquiera. Partiendo de un subgénero limitado y explotado hasta la saturación, logra su meta entre carcajadas y guiños. Lo maravilloso es que estos guiños no aparecen como si fuera el cineasta diciéndonos «mírame, esto lo saco de aquí y de allá: tú lo sabes, yo sé que lo sabes, y tú sabes que yo sé que lo sabes», algo a lo que nos tiene mal acostumbrados Hollywood, sino con razón de ser.
No es la primera parodia del cine de zombies que vamos a ver. Incluso hay quien podría detectar la idea de que cualquier género, cuando llega a su límite, acaba irremediablemente en la parodia como última fase antes de desaparecer o renacer. Pero como decía anteriormente, es más que una simple comedia. Su aparente sencillez muestra a las claras, más que esconder, un canto de amor al cine, a rodar, a participar en una especie de ejercito bien jerarquizado durante semanas y morir por la película, si hace falta.
Un abrazo a todos los auxiliares de producción del mundo. Sin vosotros no hay ni siquiera cine B.