¿Qué es el cine? Arte, pasión, entretenimiento, pasión, emoción, sueños, pesadillas, ficciones, polémicas, testimonio visual de una época, generador de tendencias, plasmación de verdades incómodas, fuego, pasión, decepción, máquina de crear traumas… En fin, tantas respuestas válidas para una simple pregunta demuestran que el cine es algo más grande que lo que la racionalidad puede diseccionar en base a parámetros meramente técnicos.
Pero si tuviera que quedarme con una sola palabra hablaría de amor. Amor por ofrecer algo que cautive, que haga volar, soñar como espectador. Una misión que para cualquier equipo de rodaje debería ser de obligado cumplimiento y que, debido a las exigencias comerciales y a la maquinaria del sistema, se deja demasiado de lado en pos del sota, caballo y rey de la máquina recaudatoria.
One Cut of The Dead responde de alguna manera a una vocación de servicio pero no nos confundamos, no se trata del ‹fanservice› patillero que busca el aplauso fácil, no, si no que nos encontramos frente a un proyecto realmente bien pensando, ejecutado y orquestado que pretende de forma juguetona no solo empaquetar género y giro imprevisto sino poner el foco en el proceso de todo ello, en una intrahistoria que, aunque podría llegar a ser dramática, no pierde nunca el buen humor.
Es evidente que estamos ante un film creado por cinéfilos que generará complicidades en un ‹target› muy concreto de audiencia que esté interesada en los entresijos de la mecánica cinematográfica. Aún así su humor consigue romper la barrera tanto de lo meramente fílmico como de los códigos culturales japoneses. O sea, que vivimos una película asequible, pero no nos confundamos. Asequible no es sinónimo de simple. De hecho hay una complejidad estructural y de tono que confirma dos grandes méritos, por un lado conseguir una precisión inaudita en su tratamiento de la materia y por otro, superar el prejuicio de la “cutrez” del cine de guerrilla demostrando que con un presupuesto exiguo se pueden hacer (también) grandes cosas.
Empezábamos este texto con una pregunta, múltiples respuestas y una valoración personal. Pues bien, One Cut of The Dead parece responder punto por punto a todo ello firmando lo que podría ser una carta incondicional de amor al cine tan profunda como cualquier manifiesto de la Nouvelle Vague (y mucho menos denso y pretencioso). Porque al fin y al cabo disfrutamos de un film precioso, bello, exultante en su celebración de las imperfecciones de rodaje sin ocultar la oscuridad de todo ello pero sin sarcasmos ni ironía para mentes privilegiadas.
Así pues estamos no solo ante una revelación del cine japonés, sino ante un manifiesto de vuelta a los orígenes del cine entendido como esencia. No se trata pues de reivindicar la cámara invisible o el desarrollo lineal cronológico de eventos, sino más bien de proponer un juego transparente, limpio, y todo mientras se ríe de las triquiñuelas que demasiado a menudo son excusas de mal pagador para firmar productos infames. En definitiva, ¿qué es el cine? Seguiremos hallando múltiples respuestas y jamás encontraremos la definitiva, pero sin duda One Cut of the Dead anda cerca de serla.