Es de sobras conocida la propensión en las islas británicas en torno a una materia como la música, algo que se ha visto reflejado tanto en la obra de cineastas consagrados como Alan Parker —con sus obras Pink Floyd The Wall y The Commitments— como en films del calado de Quadrophenia, 24 Hour Party People o las más recientes Control y Once. Una corriente que en ningún momento se ha detenido y a la que ahora vuelve uno de esos cineastas que nunca ha escondido su gran devoción por ese terreno, ya reflejado en films como la citada 24 Hour Party People, donde la creación de la conocida movida de Manchester devenía en eje central, o la polémica Nine Songs, en la que ya empezaba a experimentar con un estilo a caballo entre la ficción y el documental. Testigo que ahora recoge en On The Road, su penúltimo largometraje entre tanto The Trip To…, que Michael Winterbottom aprovecha para continuar ensayando con los lindes de dos formatos que para él siempre han sido uno, a juzgar por la facilidad con que se ha movido siempre entre ambos. Es ese contexto el que le llevará a seguir la gira de la banda de rock Wolf Alice por el Reino Unido, mientras los recorridos, backstage y escenarios se entremezclan con el relato de Estelle, manager de la banda para la ocasión que entablará una relación con uno de los miembros de otra banda.
On The Road funciona de este modo como reflejo de una pasión que nos transporta a los entresijos de ese submundo que abre sus puertas cuando un grupo se lanza a la carretera, de concierto en concierto. En ese aspecto, Winterbottom acierta al componer un montaje que se muestra inconstante, llevándonos de un lugar a otro en ocasiones sin un orden preestablecido, pero reflejando en esa decisión el caos y vaivén constante que se produce en dicho contexto. Aquello que en cierto modo se presenta como un modo de plasmar esa dura realidad —porque, más allá del motivador marco que supone subirse a un escenario, están el sinfín de viajes o el agotamiento de un recorrido que puede durar meses—, se diluye no obstante en una carencia de intencionalidad que matice las imágenes del film, que en no pocos momentos parecen de recurso y poco más, dilatando así una experiencia que al final también se torna fatigosa para el espectador.
Se podría decir que Winterbottom logra recoger en determinados instantes esa respiración contenida que surge justo antes de que aquel grupo al que acudes a ver suba al escenario —en especial, durante el último tramo del film—, por más que sea difícil hallar un nexo —lejos del argumental— entre la gira y el particular ‹affair› amoroso entablado por la protagonista, cuya inclusión no sugiere ni mucho menos vías colindantes, y tampoco aporta hallazgos formales —de hecho se podría decir que, en ese sentido, Nine Songs, más allá de su contenido, lograba llegar más lejos que esta On The Road—. Sorprende, además, que en el ámbito estético el cineasta británico no sea capaz de reformular un ambiente que, estando a su total disposición, sin duda se prestaba a una relectura —ni que fuera en clave formal— de un material al cual el espectador se ha acercado innumerables veces a poco que tenga una mínima relación con la música. Por desgracia, pocas veces logra sorprender On The Road, o moverse en terrenos que precisamente siempre han sido más afines al cine de su autor, pues si por algo destaca Winterbottom es por poseer una inquietud particular en proponer nuevas sendas tras géneros ya conocidos; algo que habrá que continuar esperando para volver a ver, mientras descubrimos piezas menos sugerentes, como la que nos ocupa.
Larga vida a la nueva carne.