On the Go (María Gisèle Royo, Julia de Castro)

Las referencias e inspiraciones a la hora de abarcar una nueva película se pueden volver del todo inesperadas. El cruce creativo entre María Gisèle Royo, que viene del mundo documental, y Julia de Castro, artista multidisciplinar (palabra que llena mucho el currículum pero que incluye en esta ocasión lo de actriz, directora, música y escritora) no daba pie a imaginar que con On the Go, su primer trabajo en el largo, se fijaran en una película tan alterada como Corridas de alegría de Gonzalo García Pelayo. A saber: dos personajes unidos en la carretera para afrontar la aventura de sus vidas en tierras andaluzas.

Cierto es que pasados cuarenta años el discurso es totalmente opuesto, pero la alegría y la sexualidad se mantienen en el viaje que se marcan dos compañeros opuestos pero complementarios. La misma Julia se atreve a presentarse como Milagros, conductora inagotable y subjetiva en este camino hacia la maternidad. Las mismas carreteras visita junto a ella Omar Ayuso como Jonathan, más apegado a la venganza y el placer carnal que a un objetivo ligado al futuro.

Ambos son considerados con la huida hacia delante aunque las motivaciones sean distintas en una película que mezcla el absurdo con la psicodelia, consiguiendo mostrarse todo lo cañí que el ambiente que transitan permite. El flamenco y la copla se sumergen en la electrónica para subrayar el viaje a través de las canciones que las representan, pero no necesariamente utilizando como espejo los videoclips de Rosalía subida a un camión, más bien recolectando ideas que casen de algún modo con el humor desenfadado de dos personajes perdidos.

El gran hito de On the Go es ese destino cuestionable de la maternidad a cualquier precio, ese sesgo femenino en el que el tiempo se agota pero la necesidad aprieta, calibrando si es puro egoísmo o un favor a la naturaleza propia. El tema se extingue y vuelve a renacer en distintos puntos de la película, gracias a los personajes que se van cruzando en las vidas de Milagros y Jonathan, ya sea una sirena o un ‹cowboy› del sur de España, solo con la intención de crear mitos que hagan variar el sentido de la película constantemente. Es un poco como la idea de Ion de Sosa sobre la ciencia-ficción aprovechando el decadente Benidorm de invierno en Sueñan los androides; de Castro y Royo eligen las carreteras secundarias del sur para trazar paralelismos con el western, la ‹sci-fi› y la fantasía por pura simbología visual que contrasta con los más rebuscados diálogos, más fieles a la improvisación que a la obligación (y ojo que no quiere decir esto que no se note un guion tras todo lo que ocurre, simplemente hay cierta naturalidad y soltura que no suena en todo momento impostada).

On the Go no es un canto feminista o ‹queer› solo porque sus personajes lo representen. Tiene esa habilidad de transitar por la obviedad y por la complejidad para estructurar una historia sencilla y directa sobre dos personas perdidas en sus propios pensamientos. La gracia está en no llegar a estancarse ni en el postureo (muchas secuencias nos invitan a pensar en lo apropiado de su paso por Locarno aún marcando tanto su costumbrismo) ni en el mensaje definitivo que parece querer enmarcar relacionado con la maternidad, permitiendo que convivan un puñado de personajes erráticos y llamativos a bordo de un Chevrolet tuneado, rompiendo las barreras del tiempo más por lo que se dice que por lo que se hace y con escenas cargadas de naturaleza y sexualidad que dan sentido a los altos en el camino. Imperfecta pero detallista, la película surge de dos voces que chocan pero se entienden, sin tabús ni tapujos a la hora de expresarse, algo que sí o sí tiene que funcionar.

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