Una joven mujer de Europa del este (Romanna Lobach) atraviesa un paisaje cubierto por la niebla. Se traslada para vivir con Pierre (Grégoire Tachnakian) y su anciana madre en su casa de los suburbios después de haber respondido a un anuncio por internet. En el cortometraje Olla (2019) de título homónimo a su protagonista —y que supone el debut en la dirección de la actriz Ariane Labed, también guionista aquí— ese panorama desolador inicial sirve de anticipación a su aislamiento y la falta de comunicación, agravada por las barreras idiomáticas. Vestida con un atuendo sugerente y botas con tacones altos, Olla es la encarnación de una exuberante y normativa feminidad que genera multitud de expectativas en su anfitrión. Pero esas mismas expectativas resultan en una frustración constante para ella. Se ve relegada al papel de ama de casa, de cuidadora y mujer de la que se espera cumpla los deseos del hombre según las concepciones más anacrónicas. El lenguaje corporal magníficamente controlado por Lobach expresa sin ambigüedad el sentido de su disposición y sentimientos en cada instante, pero sin ser comprendida.
Únicamente cuando se encuentra a solas es capaz de expresarse por completo como verdaderamente es: la vemos apropiarse del salón con su baile despreocupado al ritmo del sonido de una conocida canción de música ‹dance› de los años noventa. También satisfaciendo sus necesidades íntimas, masturbándose en compañía de su teléfono móvil. Todo ello filmado con planos fijos y siguiendo un consistente tratamiento de los espacios. Con objetos, tareas y gestos cotidianos, Labed construye una realidad impregnada por elementos de cuento a través de un llamativo trabajo de dirección artística y una paleta de colores poblada por tonos ocres, cobrizos y rojos —captados con intensidad por su cuidada fotografía en 16 mm— que encontramos en su pelo, en las paredes y decoración de su nuevo hogar, en la ropa y utensilios. Una realidad de la que también emerge un extraño sentido del humor a través de la descontextualización de gestos y del distanciamiento en la narración, alternando planos completos con los expresivos planos medios que utiliza en las principales interacciones de diálogos o, mejor dicho, ausencia de los mismos.
La idea de autonomía corporal es importante a nivel temático. La madre pasa los días postrada en un sillón, salvo cuando recibe un cuidadoso baño con la ayuda imprescindible de Pierre exponiendo el paso del tiempo en su piel. Pero también vemos registrado a través de la mirada de Labed el cuerpo joven de la protagonista mientras se baña ella misma. La madre no puede decidir ni comunicar qué es lo que quiere en cada instante por pura incapacidad física. Sin embargo, Olla sí busca lugares de evasión al margen de las rutas y espacios marcados en su entorno. Encuentra refugio introspectiva en una iglesia y una vía de emancipación e independencia a través de un grupo de hombres que, sincronizados, sueltan improperios cuando camina delante de ellos —como una especie de coro griego que describe externamente y fuera de cualquier lógica naturalista su estado emocional—. Los deseos explicitados de estos son claros y carentes de cualquier ambivalencia, sin hipocresía alguna. Algo que difiere de la pátina de respetabilidad y principios morales que Pierre proyecta sobre la imagen idealizada de Olla.
Lo más transgresor del filme no es, sin embargo, su gráfico contenido sexual cuando atiende sus obscenas peticiones, sino la analogía y el contraste que realiza a través de su narrativa entre la prostitución y la institución tradicional del matrimonio con sus implicaciones de propiedad. Así acaba de configurar su discurso subversivo frente a la percepción de ambas, contradictoria y repleta de ironía en la aproximación fílmica que realiza la directora: desafiando la idea de violencia y consentimiento, utilizando los prejuicios del espectador para poner a prueba cualquier convención preestablecida al respecto. Todo ello manteniendo en el centro de la historia a una mujer que cambia su destino y su rol asignado de víctima para rebelarse y tomar el control de su vida y del relato dentro de las difíciles circunstancias en las que se encuentra. Olla no duda en destruir físicamente la base de su opresión, que se sustenta en los mismos cimientos de unas casas diseñadas para acoger familias que responden a unas construcciones sociales y fábulas obsoletas.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.