Por rotundos méritos propios, el cineasta parisino Olivier Assayas se ha convertido en uno de los nombres más importantes del moderno cine europeo, con una filmografía que daba sus primeros pasos a mediados de los 80. En eterna lucha contra las convencionalidades y con una clara predisposición a cierto compromiso audiovisual, en 1996 llegaba a las pantallas uno de sus más singulares obras, Irma Vep. En ella contaba la historia de un director francés que pretende hacer un remake del serial de acción e intriga llamado Les Vampires, del que destaca la sensual figura de la protagonista que da nombre al film de Assayas, que en el producto original interpretaba Musidora con un atuendo digno de la más pasional historia ‹pulp›. El director francés de la ficción no encuentra a la actriz ideal para su Irma Vep por lo que decide recurrir a una desconocida asiática, Maggie Cheung; efectivamente, la actriz, quien luego se convertiría en la mujer del propio Assayas, se interpreta a sí misma, lo que da empaque a este curioso juego de metalenguaje que se plantea aquí y bajo el que Olivier propone realizar todo un conjunto de reflexiones sobre el arte de hacer cine.
Irma Vep se inmiscuye en una inflexión costumbrista, ágil, cercana y de sentida honestidad en intenciones (cualidades que podrían ligarse al formato documental, del que la cinta de Assayas no estará muy lejana) a todas y cada una de las entrañas de un rodaje de cine; sin implantar una idealización propia de los esquemas de producción, o poetizar el status profesional de los intervinientes en la propia película, Assayas siembra un estilo sobrio e incisivo del trabajo en una película que no busca vanagloriar el oficio, sino implementar unas dosis de un realismo que se acrecientan a medida que la trama se va abriendo hacia las idiosincrasias propias de cada uno de los personajes. En este envoltorio argumental, a Irma Vep se adjunta un valor único y fehaciente sobre estas disyuntivas propias de un diario de filmación, con un punto de vista honesto y personal (probablemente, también autobiográfico) del arte de hacer una película, y con los compromisos estéticos y formales que se derivan de ello. Pero esto no será la mecánica principal de la película ni, desde luego, su única herramienta artística.
El film de Assayas va mucho más allá, y centra también una mirada romántica al vanguardismo; lo hace con un recurso fácil a priori, como son sus dos puntos de admiración, estrechamente unidos por la ficción: el serial original Les vampires, tótem del ‹avant garde› francés de la que extrae su oda hacia el surrealismo y la experimentación con excelsas recreaciones, así como la sublimación de la propia Maggie Cheung; ella es el elemento de deseo exótico, deslumbrante en un país estéticamente tan diferente a la cultura oriental (curioso que se la presente como una actriz de películas de acción, casi en tono peyorativo, con imágenes de The Heroic Trio de Johnnie To) y sobre la que Assayas hará recaer el mayor peso estético de su película. Gracias a esto tenemos una disyuntiva tonal que, ampliando algunas de las ramas dimensionales de la película, propone un estilismo que revierte la carga audiovisual de Les vampires para implementar a esta Irma Vep una curiosa naturalidad de género, regalando además algunos vislumbrantes momentos de enorme carga visual, cercana una poesía estética embriagadora y coincidentes en su mayoría con la encarnación de Cheung en la propia Musidora, la protagonista de la cinta original. Un tótem visual repleto de sensualidad en el que la actriz es consciente de haber trascendido los límites de la realidad y la ficción, funcionando como ese objeto de deseo; respetando los cánones primerizos del film respecto a su cercanía de formato descriptivo de un diario de producción, sobre la efigie de Irma Vep parece erigirse un nuevo sentido de vampirismo entre los propios miembros de la filmación, redondeando la sensacional propuesta metalingüística de Assayas.
Una película sobre el arte de hacer cine, localizado en un esnobismo propio de la cinematografía francesa de la que Assayas parece ser consciente, gracias a algunos apuntes humorísticos recaídos en su construcción de personajes. Pero, en lo que respecta al peso de Irma Vep en la filmografía del cineasta, puede incluso considerarse como un calentamiento previo a algunas de las disonancias tonales vistas en sus posteriores obras, con un experimentalismo en la puesta en escena que engrandece aún más ese movimiento que aquí parece homenajear: el vanguardismo. Este, incluso se deja imbuir con esos agradecidos apuntes hacia el cine de géneros europeo más disruptivo, sin dejar que la dimensión artística de cada una de sus escenas se vea debilitada por ello.