Presentada siete meses antes de la invasión rusa de Ucrania en el Festival de Cannes el 9 de julio de 2021 —donde ganó el Premio SACD (Sociedad de Escritores y Compositores Dramáticos) en la Semana de la Crítica—, la producción franco-suiza-ucraniana Olga llega a nuestros cines para ofrecer una visión más amplia de lo que ahora conocemos como Guerra ruso-ucraniana. En concreto, nos da una visión civil del origen. Nos sitúa, en concreto, en 2013, aunque avanza por 2014 recordando con metraje real algunos de los hechos acontecidos en Ucrania oriental durante el ahora denominado Euromaidán, por ser Maidán el nombre en ucraniano de la Plaza de la Independencia de Kiev, lugar donde los manifestantes se juntaron para mostrar su desacuerdo con el Gobierno de Ucrania de entonces (prorruso), que acababa de suspender ‹in extremis› la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea. De este hecho vendría la parte de Euro del Euromaidán, ya que los manifestantes eran en su mayoría proeuropeos y contrarios a acercarse a Rusia. Es decir, la película abarcaría desde noviembre de 2013, cuando comenzaron las manifestaciones europeístas, y llegaría más o menos hasta abril de 2014, cuando se considera que empieza la llamada Guerra del Dombás. En el final, además, se incluye un corto epílogo que ocurre en 2020, y que resulta tan esclarecedor como el resto de la película, una vez sabemos y vemos todo lo que ha ocurrido después y está ocurriendo aún.
Dicho esto, hablemos de la película. El director francés Elie Grappe nos cuenta la historia de Olga, una excelente gimnasta de 15 años que, un día, de camino a casa después de los entrenamientos con los que espera llegar a competir en el Campeonato de Europa, es atacada en el coche conducido por su madre, una periodista comprometida contra la corrupción del gobierno. Tras este hecho, temiendo por sus vidas, la última envía a su hija Olga a Suiza, donde vive la familia de su padre fallecido (originario de allí). Desde prácticamente el inicio, entre entrenamientos de gimnasia y grabaciones reales de Kiev, somos testigos del crecimiento personal de Olga, alejada de una realidad que oscila entre la excitación de formar parte de avances sociales y el horror de ver cómo la violencia lo destruye casi todo, hasta la capacidad de soñar en algo mejor.
Estamos ante el primer largometraje de Grappe, y obviamente no es perfecto, pero cuenta con una serie de imágenes que crean una sensación de realismo que engancha y que transmiten un mensaje muy poderoso todavía. Usando metraje real sacado de los móviles de entonces, junto con el argumento de ficción, nos enfrentamos a dos conflictos y en ambos es capaz de imprimir una frescura que sorprende en los dos lados (el suizo y el ucraniano). Por el primero, porque a pesar de ser una película sobre una gimnasta que quiere presentarse al campeonato de Europa de gimnasia, no es la clásica película de superación deportiva. Por otro lado, porque sí existe esa historia de superación; simplemente tiene que ver más con el mundo interior de la protagonista y de su realidad. Ver esto en 2022 no sólo puede ayudar a tener una comprensión más profunda de cómo ha vivido el pueblo ucraniano estos últimos años, sino que sirve como una muestra más de cómo el ser humano tiende a acostumbrarse a casi todo en esta vida, aunque el cerebro sepa lo que hay.