El paso a la adultez, la exploración de la sexualidad y la búsqueda de una identidad propia en la adolescencia son un tema recurrente en el cine que, en los últimos tiempos, viene inextricablemente unido a la mediatización de la tecnología, Internet y las redes sociales. La formación y el crecimiento de los jóvenes está fuertemente marcado por unos entornos de socialización virtuales, que corren en paralelo al mundo físico que les rodea, que pueden servir de refugio pero también actúan potenciando el lado más oscuro de las relaciones personales y los entornos a los que estamos atados presencialmente. Un ejemplo es el largometraje serbio Klip (Maja Miloš, 2012), que centraba su atención en las nuevas normas y lenguajes que la omnipresencia de los móviles y su conectividad ha traído a nuestra vida cotidiana. Mientras que Eighth Grade (Bo Burnham, 2018), mucho más sutil y compleja, confronta la identidad personal con la proyección construida para socializar y cómo afecta la distancia de una a otra en distintos contextos en los que su protagonista se encuentra con nuevas situaciones. Más cercana a esta última está su coetánea Hope You’ll Die Next Time :-) (Mihály Schwechtje, 2018) a partir de la fijación amorosa de su protagonista, la joven Eszter (Szilvia Herr), hacia un profesor de inglés que deja el instituto.
La perspectiva del relato se construye sobre un uso muy sólido del punto de vista. Seguimos a la joven mientras idealiza a su profesor y titubea con la posibilidad de que haya algo más con un hombre adulto y con familia, mucho mayor que ella. La situación desemboca en el inicio de un romance a distancia utilizando medios telemáticos, pero siempre con unas circunstancias y excusas extrañas que mantienen una sombra de inquietud en los mensajes o las sesiones de sexo por videoconferencia. A partir del contraste entre el comportamiento de este supuesto hombre sensible y maduro con los típicos chicos de su centro educativo —llenos de prejuicios y que proyectan estereotipos hacia sus compañeras y potenciales intereses amorosos con su tradicional concepto de la masculinidad— se establece el claro discurso del filme, subrayando la hipersexualización que sufren las mujeres desde edad temprana, la sobreexposición e hipervigilancia que suponen estas nuevas formas de contacto social digital. Los nuevos medios trasladan y potencian al ámbito tecnológico el doble estándar preexistente respecto a la sexualidad que distingue roles entre hombres y mujeres. Pero Schwechtje introduce además del chico malote encarnado en Beni (Dávid Rácz) al pardillo de la clase obsesionado con la protagonista. Y con él, un cambio de punto de vista en la narración que obliga a reinterpetar la obra desde la mirada de Péter (Kristóf Vajda).
Con la imagen en relación de aspecto 4:3 el director sigue hábilmente a través de la cámara en mano los rostros y las miradas de unos personajes que se sienten encerrados en unas expectativas y contradicciones constantes. Las afinidades ocultas, el subtexto de los diálogos y la percepción de unos sobre otros están presentes a través de su mirada, muy pendiente de gestos y reacciones de los protagonistas introduciendo una subjetividad que impregna todas sus situaciones a través de su escenografía. Un capricho estético se materializa como puramente arbitrario con el cambio a formato panorámico en momentos puntuales, que no responde a ninguna lógica dentro de su dispositivo formal más allá de plasmar en los laterales del plano las conversaciones en formato texto de Eszter. Pero su mayor problema emerge de la representación de un joven apocado y tímido, incapaz de mantener una conversación con la chica que le gusta, pero lo suficientemente retorcido como para crear una máscara y engañar deliberadamente a quien desea con tal de obtener lo que de otra forma no podría. La película deriva con estos elementos hacia un desastre trágicamente sensacionalista en su parte final, que culmina con la consideración de este tipo de incapacidad performativa de la masculinidad hegemónica como otra forma de víctima del sistema patriarcal. Un mensaje simplemente perverso y profundamente incoherente respecto al tratamiento de la narración y de sus personajes durante la mayor parte de su metraje.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.