Oh Boy (Jan Ole Gerster)

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Las etiquetas, en el mejor de los casos, nos identifican y categorizan en agrupaciones definidas. En el peor, nos desvirtúan y nos descarrían de significado. Decir que Oh Boy, la ópera prima de Jan Ole Gerster, es un título representativo de la denominada Nueva Ola Alemana o Nuevo Cine Alemán ya supone un hecho desafortunado e inmerecido. La gran corriente de cineastas teutones que rompieron el molde de las tendencias referidas a cierto modo de representación institucional se gestó bien a finales de los sesenta, principios de los setenta. Debemos hablar de las filmografías de Werner Herzog, Wim Wenders o Rainer Werner Fassbinder, entre otros, para entender esa denominación, que afectaba al estricto control temático de la industria clásica y propulsaba una nueva liberación artística.

Lejos quedaban las películas de estudio de la UFA, donde la maravilla se cimentaba tras los decorados y el cartón. Con estos directores nace la aventura exterior, las localizaciones, las miradas filosóficas a unos personajes enajenados por una ciudad o un continente recreados en todo su esplendor y misticismo. Si de algo hace eco esta película protagonizada por Tom Schilling es de estos constructos, los cuales bien podrían ser solo un irracional homenaje al modo de hacer de aquellas. Esta se muestra con una modernidad libérrima, donde su independencia define su identidad a la hora de erigirse como una película-experiencia que va por libre en su intención de ofrecer un fresco sobre la vida moderna, sobre las vicisitudes de un hombre abocado al surrealismo rutinario y sobre las embestidas tragicómicas del destino. Gerster expresa este fenómeno del desconsuelo de las gentes a través de un proceso icónico de irónica muñequeización de los personajes, haciendo que el humor negro caiga por su propio peso.

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Sin embargo, esto no desatiende su función de establecer un vínculo de conexión empírica con el realismo. Cada personaje parece estar milimétricamente diseñado para esbozar su propia individualidad, su propio reconocimiento que actúa como imagen nítida que se refleja en el espejo de una multitud anónima, del ciudadano de a pie. El lirismo innato de la propuesta se traduce en postales cargadas de relatos del ayer, del hoy y del mañana. El guión del film está concebido entre un cruce de poesía urbana literaria y voluntad de comunicación teatral. Más aún, la dirección de actores de Gerster rompe con las máscaras innatas de la interpretación y nos devuelve el rostro más humano, en carne y hueso, de cada creación. El director alemán rechaza el lenguaje figurativo y los simbolismos de la imagen, en precioso blanco y negro, para facilitar la identificación antropológica.

El componente más distintivo de la película se revela aquí en su formidable banda sonora, compuesta principalmente por piano, que actúa no solo como mero complemento a la imagen sino como nexo de unión e inspirador de emociones. Un contrapunto melancólico a una película que sabe hablar de dolor y sabe cómo redimirlo a través de la comicidad más oscura y socarrona. Si algo tiene de grandioso una partitura musical de piano es que su idioma es universal. Trasciende fronteras, dialécticas y filias. Oh Boy, pese a contar su cuento en alemán, alcanza la misma gloria a la hora de diseccionar las experiencias que hacen de la vida algo extraño, peligroso e inexplicable, pero también, contra todo pronóstico y pese a todo, encantador. Quizás con esta película se abra el camino a un nuevo cine independiente alemán que no necesite de categorías ni de etiquetas para definirse a sí mismo y calar hondo en las audiencias y en las generaciones cinéfilas más inconformistas, degustadores del sentir europeo y de las historias que puentean, con talento y magia, la ficción con nuestra inevitable realidad.

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