Creces en un barrio. En una plaza cercana abren una tienda donde venden prensa y chucherías. La prensa no te interesa mucho, pero los dulces y los snacks sirven para surtir las tardes después del colegio. El local lo regenta un matrimonio y la madre de él. La pareja tiene discapacidad intelectual, una que no le ha impedido llevar una vida rutinaria pero que mantiene a la madre vigilante. Él tiene la costumbre de leer los letreros de las camisetas de las chicas en voz alta, paladeando las letras, con gran fijación; a los chicos les enseña las revistas en las que las chicas no llevan camiseta cuando su madre no está cerca. A ella la intentan engañar llevándose cosas a escondidas, o metiéndole prisa para despistarla, pero no es tan fácil como les parece a algunos. Pasan unos años, ya somos mayores para ir cada tarde a por golosinas, de vez en cuando pasamos a por revistas, ya se ha ampliado el rango de circulación más allá del barrio. Te cuentan que ese matrimonio fue en contra de la voluntad de muchos adultos, que les negaron la opción de tener descendencia, imaginas su batalla por aspirar a lo que a muchos les ofrecen por parecer normales aunque tengan peores ideales que ellos. Un día decidieron que la madre se había hecho demasiado mayor para seguir pendiente desde su atalaya, el negocio cerró reconvirtiendo el local en parte de la vivienda de dos pisos que tenían, él desapareció de nuestra vista y la que fuera su mujer sigue, a su ritmo (algo más pausado de lo normal) con su día a día, se la puede encontrar en la terraza de una horchatería que está a dos pasos de esa casa, charlando con las vecinas.
En Oasis hay una historia de amor, de celos y de decisiones alteradas propia de una tragedia griega. Podría pasar por un drama de estilizada imagen más, pero Ivan Ikić quiso plasmar otro modo de vida en su película de tres actos. Esa vívida imagen de la pasión sucede encerrada en un centro para personas con discapacidad intelectual, y sus personajes están interpretados por tres de sus internos. Personas reales a las que ha conseguido hacer representar una vida ficticia que nada tiene que ver con ellos, sin saber si realmente comprenden la complejidad de lo que están llevando a cabo, un mal que le sucede a gran cantidad de actores profesionales, pero que aquí se disimula con energía.
Tras episodios con el nombre de sus tres protagonistas, Marija, Dragana y Robert, Ikić va adentrándose en las sutilezas de este triángulo para rozar inesperadamente una crítica radiactiva sobre la forma en que la sociedad trata a estas personas. La forma en la que se narra visualmente la película es el verdadero foco que hace funcionar la historia. Son muy cuidados los planos con los que seguimos a sus protagonistas moverse por las instalaciones o en el exterior, hay un exhaustivo refinamiento del sonido para que las respiraciones, más que los actos en sí, marquen el estado emocional de los implicados, hay pequeñas conversaciones espaciadas en el tiempo que determinan la evolución de la historia, y amplios planos que formalizan el campo de reacción de estos jóvenes. En Oasis no lo es todo la insurrección de Marija, los celos disparados y la falta de contención de Dragana o los silencios armónicos y definitivos de Robert, hay un gran trabajo de dirección donde la falta de sutileza en el comportamiento de sus protagonistas se adhiere con elegancia a los estímulos ficticios que puede crear la cámara, y por tanto, el montaje posterior.
Oasis es intensa y radical, comienza con un pequeño extracto de un documental de una institución en Belgrado construida en 1969, en el que, mientras se muestra su rutina, se formula la duda de si alguna vez podrán ser autosuficientes, citando posteriormente que «si algo de esto parece escenificado significa que los usuarios de la institución son buenos actores, perfectamente capaces de cumplir sus papeles».
A ritmo de una animada música, justifica dos cosas: por una parte esas pequeñas similitudes que necesitan sus protagonistas para sentirse parte de la sociedad, una mímica donde rezar porque se cumpla un deseo, por querer decidir sobre un futuro materno o en pareja, por mantener una línea propia de vida sin tener en cuenta la opinión de otros. Por otra, el peso que va tomando la historia sobre las decisiones implacables que la sociedad toma por ellos, dejando ver sutilmente, con cierta ironía, que poco ha evolucionado el funcionamiento de estos centros.
Pero por encima de todo, Oasis tiene ese afán de no implicación, de dejar que evolucione la trama sin que apenas se note la huella de quien interviene las imágenes, un apego por la naturalidad que pasa por los enormes ojos de Marija y los expresivos instantes en que Robert se queda quieto y mira al infinito. Palabras que fluyen sin que nadie las diga, para que todo lo dramático y oscuro que sucede sea bendecido en cierto modo por la inspiración de estos actores noveles, y esa oculta intención de aportar belleza a la tragedia que impulsa el amor.
Después de verla he recordado a esos vecinos del barrio, en lo incómoda que me hacía sentir ese hombre cada vez que se leía mis camisetas cuando iba a pagar algo, cuando muchas veces lo hacía porque había alguien cerca a quien le hacía gracia, en lo necesitada que estaba esa madre de controlar cada uno de los movimientos del matrimonio y en lo que siempre me ha parecido un alivio para esa mujer menuda con la que compartía su tiempo: la soledad. Ahora vuelves a imaginar su vida y consigues ver que al fin ha conseguido su anhelada libertad imitando a los que la rodean, sin que nadie decida por ella.