La portuguesa Teresa Villaverde es una de las figuras más reputadas de la cinematografía lusa contemporánea. Durante un verano reciente de su vida, empero, la cineasta decidió dar un pequeño giro a su portfolio de películas y se embarcó en un proyecto muy diferente: filmar al director italiano Tonino De Bernardi y su esposa Mariella Navale durante su residencia estival en la pequeña localidad piamontesa de Casalborgone. Allí, Villaverde sigue a los dos protagonistas a través de tareas rutinarias, pero también en minutos de intensa elaboración cultural como cuando De Bernardi planifica su próxima película o en los momentos en que Navale recita profundos textos a través de sus cuerdas vocales. Lo que la directora portuguesa hace en esta pieza documental titulada O Termómetro de Galileu, en definitiva, es invitarnos a los espectadores a acompañarla en una visita veraniega de una forma tan natural como si fuéramos nosotros mismos quienes nos acercáramos al pueblo para ver a la familia.
Además de la propia intención de la directora, lo que contribuye a crear este clima tan normal, tan campechano, es la personalidad de la pareja protagonista. De Bernardi y Navale se muestran como dos individuos sin grandes excentricidades más allá de las que llegan impuestas por su trabajo y pasión hacia el mundo cultural. Esto propicia que O Termómetro de Galileu se convierta en un relato de carácter muy íntimo, en el que se pueden apreciar con claridad las inquietudes de los dos personajes que aparecen en escena, pero también los momentos pasados de índole no tan alegre. Hay que citar en este apartado una de las secuencias en las que De Bernardi recuerda la figura de su abuelo, escena que se convierte en una de las más relevantes del documental.
Pero, como decimos, aunque el matrimonio se comporte de una manera tan natural, en el fondo es imposible que el cine no gobierne una esfera importante de la vida cuando uno de sus miembros es director. La película Elettra, que supuso de facto el debut del italiano en el largometraje, actúa como hilo conductor para impulsar a O Termómetro de Galileu en sus primeros compases de cinta. Dicho film, además, ya muestra el interés de Tonino de Bernardi por el arte de la música, reflejado en ese mítico violonchelo que interpreta una clásica pieza de Bach y que también ayuda a meternos en esa atmósfera de tranquilidad y confianza que inunda el hogar piamontés de Navale y De Bernardi.
En la última escena de O Termómetro de Galileu, la directora Teresa Villaverde hace su aparición en una curiosa secuencia donde pone de relieve la característica más básica de este documental y que le otorga su razón de ser: se trata de una obra limpia, en la que no conviene censurar nada de lo que los protagonistas digan. Solo queda fuera de plano y por tanto ausente del metraje final lo que estos mismos decidan callar, como en ese mismo instante pretende hacer De Bernardi. Pero incluso los momentos menos agradables, como cierto golpe que se da Mariella Navale, son observados e inmortalizados por la cineasta portuguesa. Villaverde ha elaborado, mediante su habilidad a la hora de captar escenas cotidianas y con un firme concepto de lo que debe ser el arte documental, una pieza cinematográfica interesante para explorar los momentos más desconocidos de unos personajes singulares, dando la casualidad de que uno de los cuales es un director de cine. Porque, si atendemos a lo que nos enseña O Termómetro de Galileu, la reflexión final parece esa: la persona va antes que el personaje, pero es absolutamente imposible entender la primera sin conocer lo segundo.