El humorista y actor francés Kheiron se pone por primera vez tras las cámaras para narrar una historia que le toca muy de cerca, el exilio de sus padres de Irán que les llevó a establecerse en un barrio de París. Esta experiencia personal es la base de O los tres o ninguno, una obra planteada en tono tragicómico en la que Kheiron ofrece una perspectiva ensalzadora de la figura de sus padres y en especial de Hibat como luchador por la democracia y la igualdad de oportunidades tanto en tierras iraníes como en las francesas.
El proyecto nace pues viciado por la visión de su autor, sin dar lugar a claroscuros en la interpretación. Ésta es toda una oda, un homenaje personal a su familia, y en ningún momento intenta o siquiera pretende dar una perspectiva fría y distanciada de los acontecimientos. Y esto también implica que para llegar a apreciar esta película es necesario conectar con su discurso emocional, de otro modo no hay prácticamente nada a lo que agarrarse porque todo está subordinado al mismo objetivo y se narra desde el mismo filtro inequívoco. Cuando existe esta conexión la cinta puede llegar a funcionar muy bien, te mete en el sufrimiento de los personajes y en su lucha ideológica.
El gran problema de esta película es que, con demasiada frecuencia, no lo logra. Se nota que Kheiron no es un autor con una habilidad bien asentada para construir una narración en este formato, con lo cual la efectividad del relato pierde enteros. Pero lo que no tiene perdón es que la personalidad del mismo también lo haga y de esa forma. Ver O los tres o ninguno es ver de nuevo en pantalla ciertos vicios estructurales, ideológicos y humorísticos que han caracterizado a otras comedias recientes de gran tirón comercial, que tratan temas de gran contenido crítico y compromiso ideológico como lo que aquí se nos muestra de lucha por la democracia e integración de minorías en la sociedad, pero sin adquirir una postura realmente arriesgada o audaz. No hay casi nada en el filme que nos dé esa visión íntima y personal que cabría esperar.
En especial en la segunda parte que se inicia con la llegada a Francia la cinta se hunde definitivamente en ese tono impersonal. La obsesión por no escandalizar, el bienquedismo de fábrica, el ensalzamiento ingenuo y absoluto, la ausencia de crítica o contraposición a los valores de la sociedad de acogida; todo esto empaña una película que pudo haber sido un testimonio valioso e interesante pero se queda en una repetición de mantras autoindulgentes con una profundidad discursiva nula, que ofrece una conclusión tan irreprochable ideológicamente como terriblemente distanciada a nivel emocional, como un sermón carente de todo rastro de matiz que está compuesto de todo aquello que el espectador quiere oír. No se puede culpar a Kheiron de idealizar lo que le da la gana, por supuesto, pero sí de la falta de un sello, algo que nos indique que su autor está ahí, interpretando la realidad de una forma singular e intransferible. Y esto también afecta a la comedia: chistes desaliñados y predecibles, inundados del tono blanco y accesible de la cinta, que repiten una y otra vez patrones que ni siquiera tuvieron gracia la primera vez. Si por alguna casualidad el espectador no comulga con lo que Kheiron define como gracioso en esta película, le espera un martilleo constante de vueltas al estereotipo del personaje de turno que puede llegar a hacerse muy pesado según el momento de la cinta.
Es curioso y diría que sintomático que la película concentre la mayor parte de su fuerza, por lo menos la dramática, en la estancia de Hibat en Irán y toda la narración de su lucha contra el sistema. En primer lugar por la naturaleza reivindicativa y de lucha contra lo establecido, así como por el tono más visceral reflejando las injusticias y vejaciones sufridas; de hecho O los tres o ninguno encuentra su mejor versión como drama carcelario y en sus breves ramalazos de thriller político. Pero en segundo, también —sospecho— por la falta de experiencia personal directa de Kheiron, lo cual hace que deba confiar en una idealización sobre algo que no ha vivido. Y esa idealización al final es lo que, sorprendentemente, hace de esta parte algo mucho más libre a nivel discursivo que todo lo posterior, y con más capacidad de emocionar y hacer empatizar.
No hay duda de que hay calidad en O los tres o ninguno, sorprendente y muy meritoria teniendo en cuenta que Kheiron es un debutante en esto. La cinta está muy lograda en la forma, y tal vez con esto base para tenerla en consideración: bien montada y con un manejo del lenguaje cinematográfico irreprochable, así como unas interpretaciones en general convincentes. Pero en lo que cuenta, el contenido y el enfoque narrativo, no es más que el mismo producto manufacturado de siempre para llegar a un número máximo de espectadores arriesgando lo menos posible. Disfrutable y llevadera, tal vez, pero también extremadamente estereotipada y carente de inspiración, sin proporcionar nada memorable cuyo interés trascienda los cien minutos que dura la cinta.