Pocas cosas son capaces de generar un sentimiento de camaradería tan grande como el fútbol. A veces criticado con razón, sobre todo al observar malos comportamientos por parte tanto de dirigentes como de futbolistas (demasiado amor al poder y al dinero) pasando por los propios aficionados (exceso de pasión mal entendida), otras veces con mucha menos entidad (estúpida suena aquella frase reduccionista de “once tíos corriendo detrás de un balón”), lo que no se puede negar es que el balompié tiene un poder de seducción entre la gente como casi ningún otro en la actualidad. El ejemplo extremo aquí sería el fervor popular que se desató en España tras el Mundial de Sudáfrica, pero basta con ver un partido con aficionados de un determinado equipo para comenzar a entender de lo que estamos hablando.
No en vano, ser futbolista es incluso una de las principales esperanzas que los niños de los países menos desarrollados tienen durante su infancia para poder escapar a la pobreza. El ejemplo paradigmático es Brasil, donde este deporte se vive con una pasión especial, como vemos en O futebol, donde un padre y un hijo se reencuentran en Sao Paulo en el año 2013 y quedan al año siguiente para ver juntos el Mundial, que se celebraría en el país sudamericano. Y es que todo lo que comentábamos anteriormente sobre la camaradería se puede aplicar a la perfección en un contexto paternofilial: lo que no es capaz de unir a un padre y un hijo, consigue unirlo el fútbol.
Lo sorprendente aquí es que el papel del hijo está representado por Sergio Oksman, director de este documental que protagoniza junto a su padre en una especie de juego donde es complicado adivinar a veces si lo que estamos viendo corresponde a la pura realidad o tiene un sentido más ficticio. La verdad queda planteada al principio: padre e hijo llevan años sin verse, sin dirigirse la palabra, pero tienen la intención de seguir juntos el Mundial. Así, surge una especie de film que pretende rendir tributo a esta pasión que va más allá de ser un mero deporte.
El documental se estructura según los partidos del Mundial, reflejando uno al día, desde el inaugural Brasil-Croacia hasta la final Alemania-Argentina, aunque pocos gozan de una verdadera importancia en el transcurrir de la cinta. De hecho, padre e hijo apenas logran el objetivo de ver un partido juntos. Ni siquiera el espectador ve fútbol tal cual, sino que Oksman prefiere ofrecer lo que representa el fútbol: el jolgorio en las calles tras la victoria, el silencio que sigue a una derrota, contemplar cómo todo el mundo se detiene ante la disputa del Mundial. Esta predilección del cineasta queda reflejada en que la única toma de una retransmisión televisiva que ofrece es la de los jugadores de Brasil escuchando el himno nacional antes de jugar la semifinal ante Alemania, cuyo posterior 1-7 desencadenaría un torbellino tan bestial que el famoso Maracanazo de 1950 ya parece sepultado entre los libros de historia.
Aunque es difícil no denotar una excesiva recreación formal por momentos, circunstancia que lastra el ritmo de la cinta, O futebol logra salvar el envite gracias a un momento clave su desarrollo argumental que Oksman lleva de buena manera, alejándose de teatralidades para ofrecer un cambio de panorama tan duro como emotivo, un digno broche a un documental que, entendiendo que es difícil explicar lo inexplicable, decide dedicarse únicamente a mostrar, a reflejar en la medida de lo posible todo lo que rodea a esta bella creación humana que denominamos fútbol. Con seguridad no estamos ante la pieza cinematográfica definitiva sobre este deporte, pero sí ante un documental más que interesante para entender una parte de lo es capaz de arrastrar fuera del terreno de juego.