Cuando subió al escenario la directora de O animal cordial Gabriela Amaral Almeida, comentó algo parecido a que se asume que la mujer no es una habitual en el cine de género, que no se espera que la introspección en el lado oscuro del humano se firme en femenino. Algo que queda rápidamente en el olvido viendo que cada vez son más diversas las voces que se esconden tras estas películas.
Almeida debuta en la dirección, pero no es una desconocida en el cine de terror que nos llega desde Brasil, pues participó del guion de Quando eu era vivo, perteneciente a otro de los nombres imprescindibles, Marco Dutra (que también está en el festival con Juliana Rojas). Así que nos encontramos ante una pantalla que tiene algo más que decir que un mero thriller con tintes terroríficos (por la realidad del monstruo humano que esconde cada mente).
Hay muchas perspectivas desde las que apreciar O animal cordial, pero me interesa especialmente una. Aunque cada personaje tiene un punto de partida para tensar la situación, es el de Sara el que mayor carga emocional experimenta, sabiendo que la directora construye y deconstruye su naturaleza una y otra vez para segregar esa dosis animalista que promete el título. Es gracias a Luciana Paes que conseguimos redescubrir la plasticidad que se genera en las personas, una que calza el instinto o viste la egolatría. Tal cual nos adaptamos a las otras personas que nos rodean, sin olvidar los lazos que queremos construir y los que inevitablemente no podemos romper. Gabriela Amaral Almeida abre su libro de anatomía y lo conecta con distintas vías filosóficas o de comportamiento para trazas líneas diversas, opuestas en ocasiones, recayendo siempre el peso, por momentos agónico, en el personaje de Sara. Uno que en principio no llama la atención, aunque su expresión corporal emita señas oportunas, pero que poco a poco toma el protagonismo más imprevisto, el que desnuda cuerpo y alma para mostrarse, en constante confusión, tal como siente en ese momento.
Porque la mujer (el hombre, qué más da) en ocasiones esconde un comportamiento más primitivo de lo que cabría esperar, reduciendo sus acciones a meros actos cognitivos, inspirados por la supervivencia del más fuerte, no, inspirados por la rabia o la necesidad de posesión, un mero proceso de alimentación que no necesariamente esconde hambre.
Y tan pronto Sara se esconde, encorvada, tras su disfraz de camarera —siendo pequeña, casi insignificante a ojos de los demás—, como afianza su imagen de mujer fatal añadiendo diferentes elementos, puros atributos físicos similares a los edulcorantes artificiales, para poco a poco desnudar su pureza más instintiva, la animal que lleva dentro, que nutre físicamente sus necesidades sin ningún filtro de cordialidad. Entonces, y solo entonces, nos damos cuenta que ella puede ser una sombra difusa debido a la mala iluminación y de repente convertirse en lideresa de su propio pensamiento, pero que la incapacidad de mantener esa firmeza ante una situación explosiva y un ente dominante consigue explotar lo mejor y peor del personaje.
La película no es únicamente un «ella». A Sara le acompañan hombres y mujeres, y cada rol combate un drama ya sea social, económico o de poderes, donde siempre hay una exposición que refleja las calles de esa ciudad concreta, de la diversidad de ciudades que nos acogen cada día, teniendo un poso más allá de lo existencial, es realidad en estado puro, que siempre nos asusta con más energía que cualquier alusión a los monstruos imaginarios. Además flota la duda sobre ellos, y ya se sabe lo peligrosa que es. Puede que todos los allí reunidos no exploten su potencial y alguno pierda fuerza en su discurso, pero sin duda O animal cordial nos recuerda cómo somos capaces de destruirnos cada día hasta estallar.
Además están en un restaurante, hay que comer… y qué miedo puede dar comer.