Después del retrato sobre la homofobia latente, el autoodio y la masculindad tóxica grupal que Eliza Hittman nos ofreció en la notable Beach Rats, la directora vuelve a poner sobre el tapete una cuestión tan delicada como necesaria de abordar como el aborto juvenil. Un tema de por sí controvertido en el plano moral y cuya plasmación cinematográfica ofrece una puerta abierta al descontrol emocional e ideológico.
Efectivamente la tentación de soltar un mitin aleccionador (en un sentido o en otro) o caer en el sentimentalismo más lacrimógeno siempre está presente. Lo difícil es como abstraerse de todo ello sin caer en una frialdad impostada ya que, una cosa es el equilibrio en la descripción y otra bien distinta es no implicarse en la emoción inevitable que el tema trae consigo. Al igual que en Beach Rats, Hittman consigue el efecto a través de una implicación naturalista en el retrato de sus protagonistas.
No estamos pues ante un film de distancias artificiales sino más bien de aproximación cautelosa e íntima. En su retrato, Hittman no escatima las dificultades emocionales del proceso de la protagonista (saberse embarazada, las dudas al respecto, la toma de decisión y finalmente el procedimiento) a través de silencios y primeros planos reveladores hasta llegar a un clímax tan duro y sostenido como para absorber todo el dolor que se ha ido concentrando durante el metraje.
Todo ello rodeado de una serie de dudas no resueltas explícitamente pero que hablan bien a las claras de que el embarazo ‹per se› no es necesariamente lo más duro. Abuso familiar, explotación, cosificación y acoso sexual en el mundo laboral nos hablan no solo del caso particular sino de todo un ambiente generalizado en el mundo del capitalismo neoliberal y cómo afecta las clases más desfavorecidas. Una especie de ‹omertá› social que resulta un multiplicador del dolor y la angustia.
Never, rarely, sometimes, always no se conforma, sin embargo, con ser una suerte de drama social indie, sino que adopta formas “nouvellevaguescas” en su descripción del periplo con una primera parte del metraje más descriptiva en cuanto a contexto y situación para pasar a centrarse en las particularidades del viaje. Virando hacía ese tipo de films que podríamos llamar “de sucesos nocturnos” saltamos del frío entorno suburbial a los neones de la gran ciudad para mostrarnos, casi de forma dolorosa a través de puntuales momentos de posible alegría adolescente, las posibles vidas “normales” que podrían haber acontecido sin el embarazo de por medio, de cómo eso que podría haber sido una aventura adolescente de descubrimiento personal gozoso se ha convertido en una pesadilla de soledad frente a la multitud, de frialdad interior frente al calor de los refulgentes neones.
No obstante, también hay en el film espacio para la solidaridad, el amor y la honestidad profesional. No se trata de un ejercicio de poner paños calientes al drama sino de mostrar las diferentes aristas especulares de la realidad y, por qué no decirlo mostrar un pequeño espacio de esperanza que en absoluto es gratuita o que busque el confort del espectador sino más bien abrir la puerta de entrada hacia la vida futura, no necesariamente mejor pero si más determinada, fuerte, madura.