Casse-tête chinois (Chinese Puzzle en inglés, Nueva vida en Nueva York en las oficinas de traducción de España) es la tercera parte de la trilogía que comenzó con L’auberge espagnole (Una casa de locos, 2002) y siguió con Les poupées russes (traducida en un giro de guión insospechado por los responsables como Las muñecas rusas, 2005) y que describe la vida de nuestro protagonista Xavier hasta llegar a su etapa adulta y que supuestamente debía otorgarle estabilidad a su siempre complicada vida.
Pero nada más empezar descubrimos que no es así. Porque cada vez que Xavier parecía encontrar su camino acaba más perdido y difuminado por la vida que nunca. Cada cinta actúa como una ruptura con la anterior, donde no se consigue ir por el camino establecido o al menos deseado por él. Es en esta tercera parte donde finalmente se descubre en tierra de nadie, teniendo que mudarse a la ciudad neoyorkina si quiere evitar los pasos que su padre divorciado tomó años atrás.
También es verdad que en su eterno lamento Xavier es más culpable de los acontecimientos que acontecen que lo que él está dispuesto a admitir, pero sea como sea, la cinta comienza con una nueva vida para empezar de cero si quiere salvar las migajas de su pasado, esto es, cruzar el charco para no perder el contacto con sus hijos. Hay personajes anteriores que salen y otros son recuperados, como ya pasaba anteriormente. Por la estructura que hemos podido seguir en la trilogía, no es difícil discernir que no debe ser la última visita a Xavier que hagamos y aún más, todo parece orquestado desde un inicio por la mente de Cédric Klapisch, que con su trabajo ha sido catalogado como el Richard Linkater pequeño por los insalvables paralelismos que algunos hacen con la serie que comenzó con Before Sunrise (Antes del Amanercer, 1995).
Lo cierto es que el director galo juega con otras herramientas por mucho que haya situaciones e ideas que también aparecen en la obra del americano. En primer lugar es su buen uso de la ironía y el humor que tan buenos resultados le da a su última película. Por otro lado los personajes secundarios siempre son de vital importancia en la trilogía francesa, donde los roles se van invirtiendo y reciclando con el pasar de los años. Así, tras un protagonismo absoluto de Kelly Reilly en la segunda parte, ahora apenas aparece en escena. Al contrario sucede con el papel de Audrey Tautou.
La obra puede llegar a definirse como infinitas escenas que surgen del camarote de los hermanos Marx, donde todos van apareciendo para estorbar y entremezclar sus historias. Esto está bien trabajado ayudado por unos personajes sencillos pero bien definidos y un gusto por unirlo todo y a todos. La caótica vida de Xavier tiene multitud de frentes abiertos que no censan de expandirse y de no cerrarse como a él le gustaría. Todo es un caos representado por ese laberinto lingüístico del que hacen gala todos los personajes, de diferentes lugares, pero que en ningún momento crea barreras. Todo es, aparentemente, complicado y cada vez que se le intenta dar solución algunos de los elementos estos vuelven a presentarse como autónomos y con vida propia, escapando a su control. Él sigue la corriente del viento que lo arrastra a él y a los demás a no se sabe donde. Sin ofrecer mucha resistencia pero quejándose siempre.
El paso de los años también conlleva una mirada más nostálgica pero menos dulce del amor. Nada parece durar para siempre, al menos para Xavier. La pasión y la intensidad parece dejar paso la cariño. Sólo hace falta recordar las lujuriosas y divertidas relaciones sexuales pasadas con los momentos de cama actuales (que el director corta. Ya no es ni interesante como antes, sino más tierno). Como decía antes, él es mucho más culpable de lo que aparenta. A pesar de su edad sigue pecando de ser un hombre con complejo de Peter Pan.
Para quien haya seguido las películas predecesoras podrá apreciar el trabajo de evolución que hay, donde nadie cambia drásticamente, simplemente es un poco más derrotado que antes o acepta sus imperfecciones. Ese epílogo viene a la reforzar la agridulce idea que madurar es admitir que nunca se va a triunfar y que hay que disfrutar de nuestros fallos. No es un final triste, pero se aleja y rompe con las anteriores cintas. Es un circulo imperfecto que termina más o menos en el mismo punto de partida que se inició pero con una mirada más cansada y más sabia.
Para quien no haya podido disfrutar de las dos obras anteriores, sigue siendo una película recomendable, aunque no podrá apreciar en detalle la evolución por mucho que está insinuada constantemente. También hay que mencionar que todas las subtramas confluyen de alguna manera en algún punto determinado de la historia. Hay un laborioso trabajo de estructura en ese aspecto.
Xavier es ese tipo que cada vez que intenta reinventar su vida acaba más atrapado todavía y con nuevos problemas. Aquí empieza a darse cuenta que precisamente los problemas no son sólo inevitables o al menos imposibles de percibir desde un buen inicio, si no también una oportunidad para, entre lamentos y divertidas escenas, ser feliz.