Carol Reed es uno de los directores de cine más respetados en la historia. Inició su carrera en la década de 1930 incursionando en la comedia, género por el cual sentía una especial inclinación, aunque no le sirvió para despuntar y adquirir notoriedad. Su gran aporte al Séptimo Arte se daría en la década siguiente cuando cosechó una fructífera relación con el famoso novelista Graham Greene. De la unión de ambos talentos nacieron estupendos filmes de drama e intriga como: El Tercer Hombre, El Ídolo Caído y Larga es la noche.
Reed caería luego en un largo receso de presencia creativa, hasta que en 1959 decidió retomar el género cómico adaptando otra obra de Greene, titulada Nuestro Hombre en La Habana, una sátira al mundo del espionaje que narra las peripecias del servicio secreto británico para reclutar a un ciudadano inglés común y corriente, que vive en Cuba y que se dedica a vender aspiradoras, pero que tiene el anhelo de ganar mucho dinero para dar una mejor vida a su bella hija; por ello, acepta la oferta recibida pero al ver su incapacidad para reunir a más espías opta por emitir informes falsos a sus jefes en Londres, tergiversando historias y diseñando supuestas armas nucleares que sólo existían en su imaginación. Toda esta farsa hará que se vea envuelto en un embrollo que repercutirá en su vida.
Nuestro Hombre en La Habana es un material audiovisual muy interesante, que posee un especial atractivo al ser de las escasas cintas que fueron rodadas en los meses inmediatos a la Revolución Cubana, por ello conserva en su puesta en escena todo el ambiente comercial y de esparcimiento de La Habana de la década de 1950, pero ya con un aire de cambio. Recordemos que en ese tiempo Cuba aún no se declaraba comunista y Fidel Castro autorizó el rodaje del filme porque su argumento reflejaba de manera negativa a la dictadura de Batista.
Al ver la película, es inevitable descubrir un aspecto curioso en varias de sus escenas, que poseen una gran similitud con el entorno de La Habana actual, dejando entrever que Cuba decidió paralizar el paso del tiempo y estacionarse en una época que tiene un toque de romanticismo. El presente de la ciudad, con sus calles, sus cantantes callejeros, sus autos, etc. mantiene el mismo concepto de 1959, con la excepción del movimiento comercial.
El filme es una especie de precursor del cine británico sobre espionaje, temática que se haría muy popular a partir de los años de 1960. Si bien la película de Reed no tiene las dosis de acción que son características en este subgénero, sí contiene un buen argumento que es sostenido por grandes actuaciones y por el uso brillante de recursos técnicos.
Pese a su envoltura cómica, Nuestro Hombre en La Habana posee un trasfondo político que busca ridiculizar las actividades de la pesquisa oficial, aspecto que estuvo bien fundamentado porque Graham Greene y Nöel Coward (actor de la cinta) fueron agentes secretos ingleses y estaban en la capacidad de revelar algunos entretelones de este accionar. Su especial visión les permitió delatar las contradicciones morales y egocéntricas de este mundo.
A esto hay que sumar que Reed fue astuto y drástico al diseñar personajes, como el agente experto y el aprendiz, con un aura burlesca, y hasta colocó en escena a un trío de cantantes callejeros que específicamente los elegían a ambos para seguirles y dedicarles una sugerente canción tropical en sus propias caras, como señal de que son parte de un sainete.
El sendero cómico del filme sirve de instrumento sutil para cuestionar determinadas conductas en la intromisión del poder en la vida de las personas. Relata los comportamientos abusivos y hasta corruptos de altos mandos oficiales, que pueden estar presentes en cualquier lugar del mundo. Se aprecia un prudencial enfoque a los excesos del régimen de Batista con el fin de no distraer el objetivo principal que es satirizar a los servicios secretos británicos.
Es este contexto, destaca en la película una presencia metafórica de un sencillo instrumento doméstico, como es una aspiradora, para expresar la necesidad de realizar una limpieza a fondo no sólo de una alfombra sucia sino de cualquier institución o persona manchada.
La construcción de la historia de Nuestro Hombre en La Habana es notable y mantiene un sobrio manejo de los elementos cómicos, en donde destaca el accionar del espía novato, de sus fantasías y de su enfrentamiento con la realidad. Este papel recayó en el gran Alec Guinnes, quien tuvo un excelente acompañamiento interpretativo en figuras como Mauren O’Hara, Ernie Kovacs y Burl Ives.
Otro aspecto a destacar en esta película es la fotografía de Oswald Morris, quien utilizó algunas técnicas de uso de la luz en los rodajes de exteriores en La Habana nocturna y para obtener la mejor perspectiva de algunos sitios emblemáticos de la ciudad, como el cabaret Tropicana, el bar Sloppy Joe’s y el teatro Shanghai.
Un apartado especial merece la escena inicial del filme, que involucra a un hombre caminando por la ciudad que observa en un balcón a una prostituta, se ubica en un costado de la vivienda y ambos se miran fijamente. En ese instante, la imagen queda paralizada para dar paso a los créditos de la película. Constituye una foto muy representativa y hasta artística. La pareja no intervendrá para nada en la trama posterior, pero su presencia es icónica para esbozar una especie de realismo mágico.
La pasión está también en el cine.