Puede que Nuestro día no sea, en apariencia, una de las piezas más convincentes de Hong Sang-soo. No se trata ya de insistir en esa corriente que proclama desde sus primeras películas que estamos ante el mismo film una y otra vez (lo que no deja de ser, como mínimo, poco sagaz), no. Pero es evidente que estamos ante una de las producciones en las que Sang-soo desactiva en la superficie sus últimos desvíos hacía temáticas más complejas y formas desconcertantes en cuanto a lo espacio-temporal.
Quizás por ello, da la sensación de que, más que un producto de transición, estamos ante una suerte de paréntesis. De film casi vacacional donde el cineasta decide transitar por la anécdota mundana. Y es que parece difícil establecer una conexión e incluso algo mínimamente profundo en las historias en forma de díptico que se nos plantean más allá del enigma gatuno que parece ser tanto causa como consecuencia de lo contado.
No obstante, lejos de la ligereza, que no planicie, se adivinan ciertas temáticas recurrentes exploradas, eso sí, desde un punto de vista en el que la ironía asoma de forma no dañina. El humor con el que se plantea la pérdida huye del sarcasmo y la autocrítica hiriente para entrar en el terreno de lo cariñoso. Si para la historia de la joven actriz, rodeada de cierto materialismo, la pérdida del gato supone un drama casi más en el sentido de la ausencia de un objeto de consumo deseado, en la otra, la del viejo poeta (fácil reconocer al propio Sang-soo ahí) la misma pérdida, esta vez en el sentido mortal del término, es una invitación a la reflexión, al cuidado propio.
No se trata tanto del miedo a la muerte, o de la posibilidad de perder la capacidad de poseer ilimitadamente. Tampoco de una crítica hacia los dramas banales de juventud contrarrestados por un elogio de la vejez como fuente de sabiduría. Más bien se trata de buscar una síntesis, mostrar la evolución del ser humano y cómo enfocan dichas pequeñas tragedias cotidianas.
Al fin y al cabo, tal y como se muestra en la última escena, quizás la sabiduría de la vejez no es más que una artimaña aleccionadora hacia la juventud y, esta última, una fuente inagotable de energía que sirve de recordatorio a la gente de edad avanzada para que no pierdan esa chispa, esas ganas de vivir más allá de la abstención de placeres mundanos.
Sí, puede que esta no sea una obra memorable y que no alcance las cotas de genialidad a las que nos acostumbra Sang-soo, pero no hay duda de que tampoco lo pretende. Esta es una obra que no alecciona pero sí muestra una ventana hacia cierta picaresca vital. Un guiño vitalista y, por qué no, meta cinematográfico donde el cineasta nos recuerda que puede que se haya tomado unas pequeñas vacaciones creativas pero que no ha sacado todavía la bandera blanca en cuanto a su capacidad de filmar pequeñas piezas que, desde el mundo de la rutina y el detalle, ofrecen valiosos consejos vitales.