Aunque el nombre de Cédric Jimenez suele estar estrechamente vinculado a un terreno como el del thriller, lo cierto es que el cineasta francés es uno de esos que establece en sus incursiones genéricas contextos muy específicos desde los que inducir una lectura que, sin explorar en profundidad un cariz socio-político más que patente, contribuya al menos a imprimir un realismo que el galo afila desde el montaje pero en especial mediante esas debilidades e imperfecciones que arrojan a sus personajes a ese paraje inhóspito provisto por situaciones de lo más exigentes. No es extraño, pues, encontrar una deriva en lo formal que emparenta el cine de Jimenez con esas obras más discursivas que sí enlazan con algunas de las aristas de la materia en cuestión: más allá del citado montaje y la forma en cómo es capaz de contemporizar el relato, la planificación y el uso de una cámara en mano a ratos omnipresente inciden en ese tono realista que empapa la narración y que define a la perfección cuales serán las intenciones de Novembre. Y es que, sin llegar a renunciar a cierto armazón dramático, el trabajo del autor de El hombre del corazón de hierro dispone en todo momento una naturaleza génerica más que patente.
Así, y si en Conexión Marsella se exponían los avatares de la llamada ‹French Connection›, Novembre nos sitúa en las horas posteriores al atentado que se produjo en la sala Bataclan, desdibujando no obstante ese componente más cercano al drama que a buen seguro se condensó en una circunstancia de ese calibre, y poniéndonos tras los pasos de las fuerzas antiterroristas que se encargarían de iniciar la búsqueda de los sospechosos. Novembre no tarda, en ese sentido, en dirigir su mirada hacia esas oficinas donde se dirimiría una investigación que, como en el policial más clásico, derivaría en nombres e información que se van distribuyendo a lo largo y ancho del relato, siempre poniendo de relieve un componente humano inevitable ante los errores y las fallas de un proceso a contrarreloj. Es, precisamente, en ese carácter urgente donde Jimenez imprime algunos de los rasgos centrales del film, como ese montaje que desliza la intensidad de una situación límite, o la complejidad de un relato que, en estos casos, no sólo se infiere de la cantidad de personajes que irán apareciendo en pantalla, sino al mismo tiempo de la presión a la que se verán sometidos sus protagonistas, sintetizada en algunas secuencias de lo más definitorias.
La mayor virtud de Novembre, reside pues en que esa consabida etiqueta de «Basado en hechos reales» no empaste su narrativa o despersonalice un ejercicio que el cineasta sabe hacia donde debe dirigir. Algo que sugiere asimismo un interesante trabajo visual, condensado tanto en el reflejo de ese constante vaivén en las oficinas o los diversos rastreos por las calles de la ciudad, como en el empleo de cámaras en distintos dispositivos que dotan de un aspecto más orgánico a la narración. Todo ello contribuye a alimentar una tensión que, si bien no alcanza cotas mayores en ningún momento, quedando en ese sentido un poco en tierra de nadie en su perspectiva afianzada en el thriller, configura los rasgos de una propuesta de lo más interesante, que quizá no llegue a trascender o a resultar memorable como pieza afín al género, pero cuanto menos explora algunas vertientes desde las que continuar construyendo un cine, el de Jiménez, que también arroja pespuntes en los que ahondar —ni que sea despertando ciertas inquietudes en el espectador— en un panorama, el de esta Europa actual tan, en ocasiones, condescendiente, que urge seguir explorando en pos de la búsqueda de nuevas miradas mediante las que comprender no sólo las realidades propias, también las ajenas.
Larga vida a la nueva carne.