Nosotros y yo es una atípica película sobre los conflictos de la adolescencia ambientada en el último día de clase de un instituto del Bronx. Varios de ellos coinciden durante el viaje que les lleva de vuelta a casa, mientras sus historias personales se van entretejiendo en una trama desarrollada por completo en el espacio de un autobús.
Michel Gondry, director de la excepcional ¡Olvídate de mí!, se ha formado como realizador de vídeos musicales y spots publicitarios, y siempre se ha visto interesado en abrir nuevas vías de lenguaje visual y montaje narrativo a través de sus obras. Su trabajo en esta cinta vuelve a incidir en ello, dando como resultado una obra de estética muy distintiva que le permite dar una sensación de continuidad narrativa a un argumento de historias inconexas que saltan una detrás de la otra, formando un denominador común en el que a través de su estilo recargado explora las interrelaciones entre los grupos de adolescentes, sus circunstancias personales y sus distintas formas de ser y comportarse ante los demás a lo largo del trayecto. Es muy notable, por ejemplo, su intención de representar la relación de sus personajes con las nuevas tecnologías a través de un vídeo viral en el que uno de sus compañeros de clase es objeto de una broma, y que Gondry rescata en varios puntos de la trama.
Y lo que visualmente demuestra estar planeado hasta el mínimo detalle, en el enfoque narrativo elige un tono en su mayor parte aséptico, casi documental, en el que los personajes se desnudan emocionalmente ante una cámara que les muestra tal cual, sin reproches, consideraciones morales o miradas compasivas. Si bien este objetivo no se logra al cien por cien, ya que su director muestra una cierta tendencia casi inevitable a dar énfasis a unos puntos de vista en perjuicio de otros, sí es lo suficientemente consistente como para hacer de esta película una experiencia inusual en este tipo de cine y muy efectiva para el nivel de realismo que persigue.
Este propósito naturalista y al mismo tiempo de enfoque múltiple puede verse como un arma de doble filo en la que la irregularidad está presente casi como premisa, cayendo inevitablemente en la mezcla de historias y personajes que se desarrollan con una intensidad variable, por lo que la respuesta emocional también lo es. Sin embargo, la cinta se sobrepone a gran parte de estos problemas repartiendo el peso de los personajes de una forma relativamente equitativa, y apoyándose en unas actuaciones que en ningún momento chirrían o dejan de perder el contacto con una realidad reconocible. La habilidad de su ejecución y efectividad de sus interpretaciones son las grandes cualidades que definen la experiencia de Nosotros y yo, y determinan su valor añadido respecto a otras películas del subgénero.
La decisión de ambientar la historia en un espacio cerrado, por otro lado, demuestra su efectividad de cara a la media hora final, en la que se va destapando gradualmente un tono más introspectivo y dramático, y las distintas subtramas narrativas se van cerrando a medida que los personajes bajan del autobús. Es en ese momento cuando el carácter más claustrofóbico de la cinta adquiere relevancia, aumentando el enfoque en los personajes que van quedando hasta llegar a un final desolador, al que tal vez se le pueda achacar el cargar las tintas en exceso, pero que en todo caso no llega a suponer ningún problema para alcanzar con naturalidad el clímax emocional.
Nosotros y yo no es, por tanto, la película definitiva sobre la adolescencia, pero sí es un intento loable, y llevado a buen puerto en su mayor parte, de reflejar los conflictos, complejidades y contradicciones de esta etapa vital tan difícil en la que todas las emociones se magnifican, mediante un estilo de narración alternativo que pone el enfoque en dejar expresarse libremente a sus personajes en vez de guiarles a un propósito determinado. No hay una solución inmediata a sus problemas, ni una conclusión moral clara que pueda extraerse de ellos. Son, simplemente, cosas que pasan.