El fantástico parece estar cada vez más presente en una realidad cotidiana donde surge como respuesta a nuestro propio instinto, a una naturaleza que puede ser tan reparadora en ocasiones como destructiva la mayor parte del tiempo, un hecho que se adivina en Nos cérémonies, debut en la dirección de Simon Rieth, desde los primeros compases del film, donde la relación entre dos hermanos sirve como epicentro en una crónica donde el duelo se cumple pero se niega mediante un gesto que desvela precisamente la esencia de la misma.
El relato se centra de ese modo en un vínculo que no deja de exponer cierta contrariedad, y es que ante lo inquebrantable del mismo, retroalimentado desde la revelación de esa extraña propiedad por parte de uno de los personajes centrales, revela un manto donde lo afectivo se bifurca en otras direcciones —como esa relación que, en la secuencia inicial, Noé descubre a Tony dejando entrever lo vulnerable del mismo— que, al fin y al cabo, tienen su correlación con el periplo vital. Un hecho constatable a lo largo de esa narración donde el azar destructivo se posa en el nexo entre ambos hermanos, pero no parece desplazarse a otros escenarios. En ese sentido, resulta especialmente interesante el desarrollo de una puesta en escena que anida en los distintos paisajes de los que extrae, ante todo, una cualidad lumínica que se antoja vertebradora: y es que Rieth emplea ese carácter para dibujar las líneas de un relato que, de alguna manera, se contagia del bucolismo que desprenden esos bosques y playas que transitan sus personajes, huyendo así de la sombría personalidad de Tony y de las consecuencias de unos actos que son precisamente los que concretan y definen ese nexo con su hermano, además de precisar la manifestación de un fantástico que se ciñe a lo simbólico en este caso.
La concreción de ese elemento sobrenatural, que bien podría devenir en coartada con facilidad, se expone como forma de dotar equilibrio y vehicular en un universo al fin y al cabo tejido por aquello que nos define del modo más primigenio: las emociones. En dicho contexto, la exploración que realiza el cineasta francés sirve tanto para indagar en nuestra sustancia, como para comprender un proceso donde lo afectivo reinventa los límites propios y nos impele a comprender y a continuar indagando en esa esencia tejida por los defectos y debilidades que marcan el rito social.
En Nos cérémonies, sin embargo, ese rito queda asociado también al curso de un ciclo perpetuo que devora cuanto se pone a su paso en una relación parasitaria que exhala toxicidad, y que en ocasiones va más allá de ese carácter dañino que se persona en algunas de las decisiones tomadas por Tony. Rieth trabaja ese aspecto no únicamente a través de decisiones de guión, asimismo compone un marco donde las elecciones formales toman un peso muy específico: el uso, pues, de una iluminación que contrasta la condición de ese particular microcosmos con la complejidad de una situación tan excepcional como lóbrega al mismo tiempo, dota de una tenue atmósfera que se concreta desde esas imágenes de cauce más fantástico que el cineasta ensambla en el último tercio del film. Todo ello hace de Nos cérémonies un film de lo más interesante donde se unen distintas pulsiones, y lo autodestructivo da paso a lo emocional conjugando un extraño mosaico que se observa con proximidad, siendo el mayor acierto de su director la capacidad por componer una suerte de tragedia embebida en tonos de realismo (cuasi mágico, espoleado por la condición luminosa y vivaz de esa fotografía) que confiere sentido a los distintos matices de su creación.
Larga vida a la nueva carne.