Un denso travelling nos introduce en las entrañas de una huelga ante lo que parece ser la dura medida por parte de la empresa a la que pertenecen los manifestantes: el despido de más de 100 obreros. Castagnet y Fuchs desplazan la cámara entre las decenas de trabajadores que se agolpan en lo que se presumen como los aledaños de la fábrica, y un personaje —que más adelante será el epicentro del relato— discute acaloradamente con distintos compañeros suyos. La tensión y disconformidad por las medidas tomadas se palpan en un ambiente descrito a la perfección por la cámara, que nos desplaza al epicentro de un concierto de rock en forma de protesta, para situarse de repente cerca de otro personaje —la mujer del protagonista— en cuya acción —llevarse unos cascos a los oídos— mutará el ambiente descrito a través de la música que escucha. Una decisión tan extraña como rupturista que podría servir como simple transición para dar entrada a unos títulos de crédito que vendrán acto seguido, pero que sin embargo se encarga de anticipar la resolución tomada por sus creadores: no estamos ante un film social; o, al menos, no un film social al uso. Non decide desplazar de ese modo cualquier preconcepción realizada y nos aleja de los ya conocidos mecanismos de un cine que a partir de entonces se transformará por completo alrededor de una particular perspectiva, donde no cabe lo acomodaticio.
La escena que vendrá a continuación, donde dos agentes —que también tomarán cierto peso en la crónica— charlan distendidamente sobre diversos temas desvelando una comicidad que se abre paso a regañadientes y al mismo tiempo describe el personaje de ella, parece implementar de este modo un tono que termina desplazando cualquier tópico plausible y haciendo de Non, a partir de ese punto, un ejercicio que busca en horizontes más lejanos la posibilidad de definir su carácter. Una decisión que no deja de afectar directamente al tono del relato, un tono que no resulta fácil definir, ni mucho menos asimilar, pues si bien es cierto que la cinta de los debutantes toma riesgos, del mismo modo lo es que aquellos patrones en los que busca reconocerse no son fáciles de emular, ni mucho menos incorporar a una supuesta denuncia que por momentos parece perder su esencia y encontrarse con un cine que se rige por sus propios estímulos.
Así, la historia de Bruno, que verá como tras ser despedido debe afrontar el peso de la ley por conducir ebrio y agredir a una agente, deviene en una particular mezcla donde Un día de furia de Joel Schumacher encuentra su reverso social apelando en cierto modo al espíritu del primer Guy Ritchie —algunas escenas, aunque bordeando (e incluso abrazando) el ridículo en determinados momentos, parecen extraídas (salvando las distancias) del libreto del británico, aunque evadidas de todo tic estético o formal— y comprometiendo la lectura en clave crítica de una sociedad donde el ojo por ojo se antoja el máximo valedor —apenas encontramos personajes con peso real en la trama que no actúen en pos de un resentimiento a raíz de los hechos acontecidos con anterioridad—. Es tal la singular mixtura realizada por Fuchs y Castagnet, que en ocasiones incluso se advierte una actitud desprendida que es difícil conectar con las razones y principios de un discurso que se deducen un tanto más reflexivos de lo que por momentos atisbamos a ver en pantalla.
Non quizá encuentre su gran virtud en la personalidad —pese a que se puedan reconocer en ellas referentes e impulsos previos— que atesora al intentar combinar tan dispares motivos, con el consiguiente arrojo que ello supone, y si bien puede resultar difícil digerir el resultado de una composición en parte extravagante, no podemos decir que no merezca la pena acercarse a una obra que logra vencer los estigmas de un cine (el social) cada vez más atado y coartado por una realidad que en este debut deviene ficción como nunca.
Larga vida a la nueva carne.