El retrato de las emociones humanas, sus complejidades, su dolor, su tensión, sus equívocos y contradicciones siempre está sujeto a una interpretación triple: el que lo filma, el que lo observa y el que lo vive. Por ello siempre es difícil establecer una armonía, un hilo de coherencia que, a la vez que transmita correctamente la emoción, deje también espacios para la interpretación libre, la asunción personal del drama y, más importante aún, no resbale por los meandros, en demasía de fácil acceso, del porno-drama más lesivo.
La debutante Nathalie Biancheri opta en Nocturnal por una aproximación casi documental a la intimidad del conflicto personal entre los dos protagonistas del film. No se trata tanto de operar cámara en mano o de texturizar las imágenes, sino de permanecer en la distancia adecuada al conflicto, al intento de retratar sin forzar la empatía y dejar ese espacio anteriormente comentado para la respiración emocional del que contempla.
No se trata tan solo del seguimiento casi obsesivo de los personajes, de la persecución de su evolución emocional y las fragilidades que salen a flote, sino también de establecer el marco donde todo ello ocurre. Un lugar que es a la vez tan impersonal como universal y que se define por su atmósfera fría, desolada y oscura. Un lugar que es reflejo y condicionante del estado de ánimo de sus protagonistas.
Nocturnal es un film que viene marcado por la desesperación, por la tortura de la pérdida y la dificultad del reencuentro, de cómo la esperanza en un renacimiento sentimental puede verse truncada por secretos inconfesables. Una situación de ‹crescendo› amoroso que viene marcada no por el habitual tono rosaceo del progreso de la relación sino por una tensión creciente y devastadora que anticipa secretos y genera una tensión más cercana al suspense que al drama puro y duro.
De alguna manera, y ahí radica gran parte del mérito de Biancheri, Nocturnal se mueve cómodamente tensionando entre géneros en su apariencia formal, pero lo más relevante es que consigue crear todo un subtexto genérico de cine social que no es necesario verbalizar en su discurso principal. Este es por tanto un film de proyecciones, de apariencias, de vicisitudes físicas y emocionales y torturas interiores. Un film que funciona siempre a dos niveles: lo que vemos y lo que intuimos que hay detrás de cada acto, de cada gesto. Dos factores que se retroalimentan incesantemente hasta un explosión definitiva del conflicto que, siguiendo el tono del metraje, se presenta de una forma tan seca que más parece una bomba implosiva, un aspirador de oxigeno sin huella exterior aparente pero de daños interiores incalculables.
No obstante Biancheri deja espacio para la redención apelando a la responsabilidad emocional de los individuos y huyendo de la tentación de un giro inverosímil que nos acerque al ‹happy end› gratuito. Así, al igual que el drama, Nocturnal apela a la esperanza como posibilidad, como vía factible sin certificado de garantía, y con ello se posiciona como un tratado áspero y duro de las relaciones humanas, pero también como una película profundamente humana en cuanto a su aproximación y madurez a los sentimientos y contradicciones. Un film pues que no solo se posiciona como firme en su propuesta sino como un manifiesto de madurez y de respeto por las vivencias que contiene (por ficcionales que sean) y por aquellos que las contemplamos.