Ole Christian Madsen vuelve a terreno conocido tras su incursión en el thriller de raigambre histórico en la magnífica Flame y Citron, y aunque en Noche de vino y copas el danés prefiere apuntalar las bases de ese (re)encuentro con el romance a través de un deje de comedia que, como generalmente sucede, a veces funciona y a veces no, lo cierto es que su búsqueda resulta en ocasiones mucho más madura de lo que suelen serlo las incursiones en un género, el de la comedia romántica, que aquí quizá no sería justo definir como tal por acudir a lo primero como vehículo para dar ligereza a lo segundo sin necesidad de hacer especial hincapié en las distancias culturales entre dos tierras tan distintas como Argentina y Dinamarca, pese a que no siempre logre esquivar el tópico, a ratos sazonado con algo de mala baba en una mirada que, en ese sentido, no termina de manifestarse abiertamente.
Escrita por el propio Madsen, al que en esta ocasión acompaña Anders Frithiof August, quien casualmente ya había trabajado en Applause con Paprika Steen, además de ser el responsable del libreto de A Funny Man, una de esas esperadas cintas nórdicas con Nikolaj Lie Kaas como motor de la misma, Noche de vino y copas nos cuenta el periplo por el país latinoamericano del dueño de una vinoteca que viajará con su extravagante hijo para intentar hablar con su mujer acerca de los sentimientos que todavía conserva por ella, pese a que esté decidida a firmar cuanto antes los papeles del divorcio tras emprender una nueva aventura amorosa con uno de los pilares de Boca Juniors, el centrocampista Sebastián Estevánez, principal estrella del equipo porteño.
Es debido a la inclusión de ese personaje donde entra en juego un último elemento al que sin embargo no se le saca el suficiente provecho, y es que la temática futbolera (que en el título original del film, SuperClásico, quedaba en constancia haciendo alusión al uno de esos grandes clásicos del mundo del fútbol como es el Boca-River) no da para demasiado: muestra el desencanto de Christian, el protagonista, con un deporte cuya afición no comparte, deja alguna que otra secuencia (como la conclusiva, con Estévanez y Christian en la cancha) a modo de curiosidad, y algunas de esas bellas tomas del mentado Superclásico que a cualquier buen aficionado al fútbol le gustaría vivir de cerca en alguna ocasión.
En ese mismo camino se desarrollan otros aspectos del film, como alguna relación entablada por Christian (destaca especialmente la del bar, a la que no se termina sacando excesivo partido) o incluso unos sentimientos, los del personaje de Paprika Steen, que nunca terminan de dilucidarse en un film donde la indeterminación y evolución de sus protagonistas juega un gran papel al saber conferir en esa fase un poso distinto a la de la mayoría de comedias románticas, que es precisamente el distintivo que hace de Noche de vino y copas una experiencia, si bien fallida, también distinta y (en cierto modo) renovadora para un género donde las estructuras clásicas no se suelen zarandear y lo simple y eficaz, lo que funciona, acostumbra a ser la tónica predominante.
Tampoco es que Madsen se desprenda de una estructura clásica en el más amplio sentido de la palabra (que sí, quizá, en el de lo que vendría a ser la comedia romántica, pese a no poder evitar caer en alguna que otra tópica secuencia), pero como mínimo sí maneja los compases desde una perspectiva que le confiere otro aire a una propuesta que sin embargo se muestra deslavazada al intentar hacer confluir dos historias, la del padre y la del hijo, dentro de un mismo relato que parece buscar más bien un reverso en la historia de ese muchacho que caerá enamorado de una bella argentina cuando se tope con ella casualmente en una ruta en la que ejerce de guía.
Sí es cierto que aprovecha en mayor medida la galería de excéntricos personajes que, incluso dejando en figuras desconcertantes como la de la sirvienta, se gana en esos pequeños arrebatos de sinceridad (nadie que quisiese ejercer cualquier tipo de manipulación sobre el espectador incluiría algunos de los caracteres de Noche de vino y copas) la simpatía del público en dosis bien conjuntadas y nunca excesivas de una comedia que cede el suficiente terreno como para no primar ante ese espejo que en ocasiones nos dirige a la ilusión, en ocasiones al desencanto y en ocasiones al júbilo haciendo de este título uno de los que saben manejar sus bazas para servir uno de esos platos que encuentra en la imperfección quizá el mayor encanto que pudiera tener un género donde las ya consabidas y pluscuamperfectas aportaciones de siempre palidecen ante esta Noche de vino y copas, ya sea para bien o para mal.
Larga vida a la nueva carne.