Poseedor de una filmografía tan escueta como coherente, el cine de Nobuhiro Suwa pertenece a ese marco característico del cine de autor más puro. Un cine ajeno a modas y corrientes a las que aferrarse, volando por tanto como un pájaro libre a través de los nebulosos cielos del séptimo arte contemporáneo. Resulta complejo etiquetar a un bicho tan raro como Suwa. Algunos comparan su cine con el de Yasujiro Ozu, otros con el de los cineastas más aguerridos de la Nouvelle Vague (quizás por haber decidido emigrar a Francia a rodar algunas de sus cintas) y unos cuantos apelan a ligarlo con esa visión renovadora del cine asiático que surgió en la isla de Taiwán a mediados de los ochenta. No sé muy bien quien tiene razón, o todos o ninguno. Lo que sí parece cierto es la obsesión de Suwa por plasmar la realidad más profunda anexa a lo cotidiano. Sus obras no son espectaculares, ni tampoco impresionantes desde un punto de vista visual, sino que prefieren hincar el diente en lo efímero de lo narrado empleando para ello una arquitectura minimalista que apuesta por lo íntimo frente a lo artificioso.
Suwa se siente más cómodo encapsulando a los intérpretes de sus tramas en prolongados planos fijos en los que la cámara se mueve despacito, de un modo casi imperceptible, dejando así que el relato fluya con parsimonia, huyendo pues de las prisas que confiere un montaje ágil hilvanado a partir de escenas de escasa duración. El plano secuencia emerge como una de las técnicas preferidas del realizador japonés confiriendo una extraña poesía a unas imágenes parcas y para nada recargadas que atraviesan la mirada del espectador desde su sencillez y elegancia formal casi sin querer.
Este es el caso del primer largometraje del nipón, 2/Dúo, una cinta compleja, osada y en cierto sentido tediosa, de esas cintas de las que huyen como alma que lleva el diablo aquellos cinéfilos que no pueden soportar observar el discurrir de la vida con la celeridad con la que suele crecer el musgo en primavera. Creo que esta es una buena elección para analizar las obsesiones del creador de M/Other, puesto que en la misma están presentes muchas de sus alucinaciones. En primer lugar la radiografía de la vida conyugal mediante una mirada seca y austera que evita caer en esos terrenos enfangados que ambicionan lanzar una opinión personal sobre el asunto, sino con un ojo que podría emparentarse con el de los maestros Cassavetes y Bergman, apostando por el naturalismo y la improvisación de unos actores que parecen vivir un universo paralelo convirtiendo en real lo escénico. En segundo, esos planos fijos prolongados hasta el infinito que observan con templanza y mesura lo que acontece en el relato, sin ofuscarse ante situaciones violentas o estridentes, cumpliendo por tanto a la perfección el objetivo marcado por Suwa que no es otro que desechar el engaño y los trucos visuales propios del cine comercial hollywoodiense. En tercero, esa mezcla de ficción y documental que envuelve un guion sin fisuras ideado a través de elipsis fijadas por unos fundidos a negro que ofrecen ciertas pistas acerca de los saltos temporales que cocinan la epopeya. Finalmente nos encontramos con ese naturalismo de fábrica que ostentan todas las obras de Suwa, construido en virtud de una composición pictórica simple pero eficaz, que no se desvía hacia lo preciosista ni tampoco hacia lo premeditadamente sucio, moldeado sin Photoshop ni falsedades impostadas, un cine estéticamente impecable horneado con ese cariño y lentitud ligado a la paciencia y seguridad de un maestro que sabe perfectamente lo que se trae entre manos.
Aquí Suwa nos contará la efímera historia de amor de una pareja algo disfuncional compuesta por un joven aprendiz de actor totalmente fracasado en su intento y una joven dependienta de una tienda de ropa de alta gama, Kei llamado él y Yu ella, una pareja que comparte apartamento así como una serie de emociones encontradas, pues más que una pareja de novios su convivencia resulta caótica, fría y lejana, como dos extraños a los que no les ha quedado más remedio que reunirse por obligación. Esta tensa calma estallará el día que Kei le propondrá matrimonio a Yu, una bomba que tendrá efectos destructivos desencadenando toda una serie de actos de violencia esquizoide que desembocarán en la huida del hogar de Yu ante el cautiverio que provocaría unir su vida para siempre con la de un alma silenciosa, bipolar y extrema como la que envuelve al joven Kei. Durante el desarrollo de la trama aparecerán pocos personajes adicionales que confirmarán la tensa inconsistencia de una relación que ya desde su primera escena alumbrará como un muerto viviente en virtud de ese examen pleno de desencanto y aburrimiento que bautizará el semblante tanto de Kei como de Yu.
Esta es la breve sinopsis de una película que no se desviará ni un milímetro de su trayecto, dibujando una fugaz odisea a través de la observación de una serie de capítulos no siempre interconectados de la vida del dúo protagonista, hilvanando de este modo un traje amorfo y áspero que no brindará un sentido lógico ni lineal a lo confeccionado. Pues 2/Dúo se eleva como un film irregular y silencioso, que se inclina por lo cotidiano y los sonidos ambientales frente a lo irreal gracias a un estilo interpretativo que bebe de la improvisación de esa Nouvelle Vague francesa pero sin renunciar ni un ápice a ciertos guiños al melodrama clásico oriental. Una cinta que puede resultar pesada por su exaltación del hastío vital, pues no encontraremos aquí personajes simpáticos con los que empatizar, más bien fantasmas inquietantes y cercanos que asustan por su carencia de apetito. Sin duda nos hallamos ante un regalo que disfrutarán los admiradores de ese cine desesperante y cargante que osa a traspasar las fronteras del mero cine de entretenimiento, es decir, un producto que es hijo de un Suwa que ya en sus primeros pasos detrás de las cámaras dejó claro que sus aspiraciones distaban del logro de la aceptación popular de esa mayoría de espectadores que acuden a una sala de cine con el único propósito de pasar un rato agradable y entretenido, ya que el cine de Suwa se erige como un pedestal que esquiva el aplauso del colectivo, un celuloide de historias mínimas y cotidianas y por consiguiente arisco y enrevesado que mediante el único recurso de situar la cámara en el lugar preciso para husmear en las intimidades de los habitáculos por donde se mueven sus personajes consigue transmitir una sensación turbadora y escalofriante al mostrar sin trampa ni cartón esas fragilidades que empapan el alma del ser humano.
Todo modo de amor al cine.