Poco después de que Alejandro González Iñárritu acabara de estrenar Babel, recuerdo que un amigo mexicano me contó que entre el famoso director y Guillermo Arriaga —su guionista hasta aquel entonces— existía cierto resquemor porque el primero se jactó (más o menos) de ser el gran causante de las buenas críticas de sus películas. A Arriaga le gustaron poco sus palabras y, por este motivo o por otro que yo desconozco, sus trabajos colaborativos terminaron. Guillermo Arriaga dirigió Lejos de la tierra quemada en 2008 e Iñárritu hizo Biutiful en 2010. Las críticas de ambas cintas hablaban de la desaparición del otro, aunque las consideraran buenas por separado. Se echaba de menos que el producto conjugara ambos discursos.
Noah Baumbach, por su parte, ha ido forjando su carrera en solitario con cierto éxito de crítica —Kicking and Screaming, su ópera prima, es una prueba de ello—, pero parece que ha necesitado de la presencia y la contribución de Greta Gerwig para dar mayor prestancia a su labor. La estrecha colaboración y suma de ideas le ha llevado a mejorar su obra, a hacerla más universal. Su visión neoyorquina de la vida, esa que tanto hemos visto en el cine y que él, en cierto modo, renueva con el suyo, ha ido un paso más allá con dos películas: Frances Ha y Mistress America. Nadie parece negar que sean sus productos más completos. Como si la honestidad que él destilaba anteriormente en Una historia de Brooklyn o en Margot y la boda no estuviera tan bien acabada (a pesar de las buenas opiniones). Mezclaba drama y comedia y creaba poco a poco un discurso propio y reconocible, pero nunca total, nunca lo suficientemente generacional o extensible a un público más ecuménico. No sabemos cuánto durará esta peculiar visión global de Nueva York creada por Baumbach y Gerwig, pero esperamos que no sufran de los problemas de ego que tuvieron los autores mexicanos mencionados.
En Kicking and Screaming, que como he dicho, es su primer largometraje, se puede ver ese talento ya aceptado para los diálogos ingeniosos, simultáneos y hasta hirientes, su inteligencia para desplegar un guion ágil y cercano a través de la cámara, pero también se notan sus debilidades y defectos mucho más. Su tendencia al modernismo o hipsterismo (palabras válidas para decir lo mismo, aunque hablemos de 1995), su burbuja más impermeable y, claro, más afectada que la que nos muestra ahora. Pero es lógico, como cuando estás conociendo a alguien que te atrae y procuras parecerle interesante. Te exhibes, pero con cuidado y con pudor, intentas darte a conocer en todos tus ángulos posibles, pero dejando con la intriga de saber qué más habrá detrás de lo que puede ver en ti. Así también parece funcionar esta ópera prima, que intenta condensar todas sus neuras en tan sólo 90 minutos, como si temiera no volver a hacer nunca otra obra más. Es mejor intentarlo por si acaso y, si tienes suerte, aprender de los errores o fracasos.
Kicking and Screaming se centra en otros ámbitos más lejanos a los luego vistos, y aunque en realidad son partes de una misma cosa (el crecimiento personal de estar perdido), aquí también se siente como algo más coral, sin una estrella principal que dé con todo. Una búsqueda mayor, más visiones sobre la falta de ambición o la incapacidad para saber qué es lo que estamos esperando de la vida ni lo que queremos conseguir de ella. La idea de que sólo hay dos caminos que tomar a cierta edad, especialmente a partir de los 18 años, cuando es hora de decidir si sigues estudiando o empiezas a currar (considerando que la opción de acomodarte con tus padres sin futuro es más perjudicial). La memoria de tiempos pasados, cuando aún se es joven, las esperanzas y las amistades del momento. Baumbach evidencia aquí un intento de voz propia y visión subjetiva, y un intento de desarrollar historias con un pequeño toque existencialista sin grandilocuencia y con humor. Nada nuevo, pero apreciable por su humanidad, aunque se dediquen sólo a hablar.