Es cierto que los consejos de «si bebes, no conduzcas» pueden ser redundantes e incluso paternalistas, pero no por ello dejan de tener un ápice de sentido común. Para la mayoría de la gente, seguro que no es complicado encontrar el caso de algún conocido al que la noche se le fue de las manos y terminó a los mandos del coche en un estado nada estable. O, peor aún, aceptó montarse en el vehículo que manejaba una persona con claros síntomas de embriaguez. Es posible que la suerte acompañe y no exista castigo a semejante imprudencia, pero también cabe la posibilidad de que las consecuencias sean drásticas para la vida futura del protagonista. Es el caso de John Callahan, un tipo aficionado a la bebida que su juventud sufrió una dura consecuencia de mezclar alcohol y automóviles: quedarse postrado en una silla de ruedas para el resto de su vida, sin sensibilidad de cintura para abajo y con escasa movilidad en el tren superior. Sus días futuros parecían aniquilados, pero la aparición del lápiz y papel, amén de un talento que hasta entonces había permanecido oculto, le otorgaron una segunda oportunidad.
No es nada extraño que Gus Van Sant sea el cineasta que está detrás de este proyecto, que lleva como título un curioso No te preocupes, no llegará lejos a pie. El realizador estadounidense siempre ha mostrado predilección por este tipo de personajes que nadan a contracorriente, se tratara de genios desconocidos (el prota de El indomable Will Hunting) adolescentes trastornados (los responsables de la matanza de Columbine en Elephant) o de valientes que lucharon por derechos y libertades (el malogrado Harvey Milk al que dio vida Sean Penn), entre otros muchos ejemplos de su filmografía. En esta ocasión, el director parte de las memorias escritas por John Callahan, en las que narraba el camino que le llevó a aquella fatídica noche y todo lo que surgió después. Callahan y el propio Gus Van Sant son quienes firman un guion que trata de sondear el camino que lleva a una persona a la autodestrucción y, lo más importante, cómo se puede salir de una situación en la que no parece haber motivos suficientes para seguir adelante.
Nadie mejor que Joaquin Phoenix para encarnar a ese personaje derrotado en cuerpo y alma, presa de sus vicios y de un oscuro pasado que comenzó a escribirse mucho antes del accidente. El actor aprovecha a la perfección el magnífico terreno preparado por Callahan y Van Sant para convertirse en el eje de No te preocupes, no llegará lejos a pie. Consiguiendo de nuevo ese punto medio entre lo histriónico y lo crudamente veraz, el Callahan de ficción que nos enseña Phoenix encaja como un guante en el amplio repertorio dramático que ya le hemos visto en otros trabajos, pero siempre aportando ese toque que le distingue de otros papeles. En esta ocasión, el perfil que se traza sobre John Callahan va claramente de menos a más, alcanzando su máximo esplendor conforme el personaje explora unos días más lúcidos.
Desde aquí se puede analizar el verdadero aspecto clave de No te preocupes, no llegará lejos a pie, más allá de lo sugerente de la historia real o de la gran interpretación de Phoenix. No se trata de una obra destinada a verse imbuida de un dramatismo extremo, ni tampoco a presentar una historia de superación como si esta fuera un ejemplo que librase de excusas a los que han sufrido un episodio similar, y no como la excepción que realmente es. Precisamente, lo que Van Sant nos transmite es que toda vida está llena de claroscuros, de episodios pasados que nos rebotan en el alma o de un futuro incierto que, por más que se aparezca difuso, siempre merece ser explorado. John Callahan no se nos presenta como un arquetipo de lo que debemos hacer en la vida, es simplemente un hombre que cometió errores, pagó por ellos y se ve en la obligación de buscar una salida si quiere seguir viviendo. Ese rechazo de Van Sant a manipular su propio discurso con falsa pedagogía y el tono cómico que por momentos se utiliza consiguen desviar el film hacia un camino más ligero que, en este caso, también deriva hacia lo honesto.