El «home invasion», que podría traducirse a nuestro idioma como «asalto doméstico», ha dado en los últimos años grandes alegrías a los aficionados al cine de género de medio mundo. Y es que no hay nada para destrozar los nervios del espectador como poner en peligro la integridad un hogar que, se presupone, es nuestro espacio seguro e impenetrable en el que no puede —o no debería— pasar nada malo. Podemos encontrar pruebas de ello atendiendo a ejemplos como la magnífica Secuestrados (Miguel Ángel Vivas, 2010), las francesas Ellos (Ils, David Moreau, Xavier Palud, 2006) y Al interior (À l’intérieur, Alexandre Bustillo, Julien Maury) o la reciente y brillante Hush (Mike Flanagan, 2016); todas ellas muestras de la efectividad de un subgénero que vio su punto álgido de revitalización gracias a esa genialidad titulada Tú eres el siguiente (You’re Next, Adam Wingard, 2011).
Después de llevar a la práctica con una resultado final impecable el temido remake del clásico Posesión Infernal (The Evil Dead, Sam Raimi, 1981) bajo el aval del mismísimo Sam Raimi, Fede Álvarez, quien ya demostró en su debut un dominio de la técnica y el lenguaje narrativo asombrosos, se suma al carro del allanamiento de viviendas ajenas con No respires (Don’t Breathe), en la que Raimi vuelve a ejercer de productor, y que supone una interesantísima, enervante y muy estimulante vuelta de tuerca a los cánones a los que nos tiene acostumbrados sus filmes congéneres.
Podría describirse a No respires como una suerte de antítesis demencial y pasada de vueltas de Sola en la oscuridad (Wait Until Dark, Terence Young, 1967), en la que Susy, una mujer ciega interpretada por Audrey Hepburn, es asaltada en su propia casa por tres criminales que buscan un alijo de droga. Lo que Álvarez propone con su segundo largo es ponernos en la piel de los asaltantes —en este caso simples ladrones—, a los que transforma en anti-héroes mediante un mecanismo harto sencillo: convertir al invidente dueño del edificio invadido en un monstruo implacable capaz de cometer atrocidades impensables.
Con una base tan sólida como sencilla en primera instancia, el director uruguayo firma un thriller con despuntes del terror más visceral y primitivo, rodado con un pulso envidiable y una habilidad innata a la hora de mover la cámara por los angostos pasillos y habitaciones del escenario principal. Todo esto se pone al servicio de la construcción de una ambientación irrespirable en la que la tensión podría cortarse con un cuchillo, y sobre la que Álvarez vuelca todos sus esfuerzos para buscar el impacto en el público, dejando de lado el gore más cafre de Posesión infernal y abriendo paso a un guión que esconde más de una sorpresa que obliga a liberar alguna risilla nerviosa como respuesta a las salvajadas a las que nos expone.
El “no respires” del título no es una sugerencia; es un imperativo impuesto por un Fede Álvarez que logra cortarnos el aliento durante unos (adjetivo) (número) minutos sirviéndose de una atmósfera opresiva, cruenta y realmente asfixiante, rubricando un nuevo hito en los filmes de asalto doméstico violento, retorcido, divertidísimo, de factura impecable y tan contundente como un directo a la boca del estómago.
Sin duda alguna, la mejor experiencia que nos ha regalado este verano 2016.