¿Te queda tiempo para ti? Dedícamelo a mí, entonces.
No molestar nos presenta al amigo Michel, o lo que es lo mismo, a un Christian Clavier en estado de gracia, el actor es el protagonista absoluto aquí, que hace de un coleccionista de vinilos cuya colección es tan amplia, que en su casa, para coger alguno de ellos, se tiene que subir a una escalera. Sólo llegaremos a conocer dos de los 100.000 LPs que tiene, en su salón, pero es que esto daba para otra película. Michel también es dentista, aunque eso sólo importa para que comprendamos porqué nada en dinero, al parecer. Colecciona, además —es una forma de hablar, ninguno le pertenece, por muy pudiente que pueda ser, creo— una mujer, un hijo, una amante, un amigo, un vecino (o más), unas obras en casa y un servicio de la limpieza personificado en Rossy de Palma. Michel, al que llaman egoísta, a pesar de mantenerles a todos, ha encontrado un vinilo de gran valor, tanto sentimental como musical y económico, según afirma, y se dispone a disfrutar de él durante una larga hora, sin que nadie le moleste, gracias a su estupendo tocadiscos. Pobre egoísta, la que se le viene encima, y debajo, por todos lados.
Se trata de un problema de ricos, al fin y al cabo, pero no me refiero al de la falta de tiempo, sino al de que la gente te moleste. Pensémoslo un momento. Si uno no es rico, lo más probable es que no se pueda permitir tener como asalariada a una señora de la limpieza, por ejemplo. Una molestia menos. Seguramente, tampoco existiría la figura del mejor amigo gorrón, o sí existiría, pero difícilmente te estaría pidiendo dinero cada día, pues estamos en las mismas, compañero, camarada. En cuanto a los hijos, lo cierto es que tú los has traído al mundo y tú sabrás si piden o no demasiado de ti, a cambio (haberlo pensado antes, también), pero sin dinero, lo más seguro es que un hijo se hubiese tenido que buscar algún oficio con beneficio y no te daría tanto por saco. Y en cuanto al amor, en fin, esto es ficción, claro, todo es posible, incluso el amor. Que un hombre como este, al que no conocemos en circunstancias distintas a estas y que por tanto igual no tendríamos derecho a juzgar en demasía (pero que se fastidie), tenga dos relaciones sentimentales —pelín pesadas ambas— que no le dan ni una hora de tranquilidad, ni tan sólo quince minutos, pues seguramente sea, también, por dinero. No se puede negar, tampoco, que salvo por herencia, un pobre tampoco tendrá esa cantidad de vinilos —al precio al que están actualmente— ni un espacio tan amplio donde alojarlos, pero eso no es óbice tampoco para tener derecho a disfrutar de un poco de tiempo para uno mismo, y no me refiero al onanismo, obviamente. En cuanto a lo de los vecinos, eso es así, no hay más remedio, es como con los cuñados, (casi) todo el mundo tiene uno, o más; si uno es pesado, toca aguantarse…
En cualquier caso, comprendo perfectamente al protagonista de No molestar. El mundo está lleno de injusticias, pero la música no es una de ellas. Cómo no comprenderle, entonces, si es, también, junto con el cine, uno de mis vicios confesables. La comedia, en cambio, no está muy bien vista, a pesar de su éxito de público. Nos gusta reír, pero cada uno se ríe por cosas muy diferentes, es difícil acertar o ir un poco más allá. No molestar acierta, entretiene bastante, dura poco y no va mucho más allá, pero te ríes, como mínimo, dos pares de veces, las que sale Rossy de Palma, por lo menos. Es lo que tiene jugar con el idioma, que el propio hace más gracia si se encuentra entre extranjeros. Pero vamos, que la película no defrauda en absoluto, es muy recomendable para pasar un rato agradable en el cine.
Porque ver a un burgués acomodado pasarlo mal en la ficción es divertido, tanto como lo sería ver a tu jefe, eso ya lo sabía Francis Veber cuando ideó La cena de los idiotas. Uno se siente un poco mal por el devenir de los acontecimientos, para el adinerado, pero es gracioso, en todo caso, como si, en realidad, la culpa fuese suya, de su egoísmo. Y es que No molestar huele bastante a La cena de los idiotas, a homenaje, aunque aquí el lumbago sirva para resarcirse con la vida, como si de un ‹esprit de l’escalier› se tratara, igual más tarde que pronto, bajando la escalera porque el ascensor no funciona, pero encontrando, por fin, la respuesta que estabas buscando.