En los últimos 20 años ha habido un país que nos ha sorprendido dentro del cine europeo, un país que tras la dictadura sufrida padeció una explosión cultural en varias artes y, entre ellas, el cine. La nueva ola de cine rumano es el término, no aceptado por sus integrantes, que se le ha dado a la variedad de películas de este país que han aparecido en las dos últimas décadas. Y hay algunas conexiones entre ellas; una austeridad formal, una mirada crítica, social y política hacia la contemporaneidad a la que parece que Rumania se resiste a adaptarse, y un frío humor negro. Esta ola empezó con La muerte del señor Lazarescu de Cristi Puiu, ganando el premio a Mejor película en Un certain regard en 2005, y se consolidó dos años más tarde, cuando Cristian Mungiu se alzó con la Palma de oro por su 4 meses, 3 semanas, 2 días. Después de eso ha habido muchos directores y películas que han triunfado en festivales como Martes, después de Navidad, Policía, adjetivo o Metronom, aunque hay un director por el que tengo especial interés, el autor de Un polvo desafortunado o porno loco, que ganó el Oso de oro en Berlín. O del film que nos ocupa, No esperes demasiado del fin del mundo, que pasó por Locarno, ganó en la sección Albar de Gijón y estos días llegaba al Atlántida Film Fest a través de Filmin. Lo primero que puedo afirmar es que se le da mejor hacer películas que ponerles nombres cortos.
En su top 10 del año John Waters dijo sobre esta película que es como si Godard conociera a Harmony Korine, y no le falta razón. Aunque yo prefiero decir que es como si Chantal Akerman dirigiera Barbie. Aquello que muchos y muchas buscaban en Barbie, sin fortuna, aquí lo encontramos, vaya que sí. La vida de una mujer normal enlaza con su precariedad laboral, y con cómo esta no ha cambiado en 50 años, además de con una crítica mordaz y extremadamente divertida a la masculinidad tóxica y machista que inunda las redes y el mundo.
Angela, la protagonista, trabaja en una productora a la que se le ha encomendado hacer un anuncio sobre los riesgos laborales. Ella se encarga de conducir por Bucarest y su extrarradio buscando un protagonista que haya sufrido un accidente laboral para dicho anuncio. Infinitos viajes en la furgoneta, entrevistas incómodas, música, vídeos con su móvil, encuentros con amigos… una historia que se va entremezclando con la película rumana Angela merge mai departe (Lucian Bratu, 1982), sobre la vida de una mujer taxista en la ciudad de Bucarest, intercalando ciertas escenas donde cambia la furgoneta por el taxi estableciendo así una analogía desde la que atisbar que nada cambia.
El formato de la repetición incesante de escenas en la furgoneta no solo sirve para mostrar la dureza del trabajo y cómo este es aburrido e infinito para su protagonista, también es empleado como gag. De alguna forma, Radu Jude se ríe del espectador, sometiéndolo a ver las mismas escenas una y otra vez, del pasado y del presente, sin apenas variaciones: simplemente dos mujeres trabajando. Y si al espectador eso le cansa o le enfada, como sucedió en algunas proyecciones de la película donde la gente huyó de la sala, el director habrá cumplido su propósito. Tal vez mañana ya no vayamos tan contentos al trabajo, y nos demos cuenta de que no todo va bien.
Pero si algo alivia la jornada de Angela son sus tiktoks. El uso de teléfonos móviles en el cine siempre ha sido un tema de difícil digestión, que si bien en ocasiones se resuelve bien, la mayoría de veces suele ser agotador. Todo ello por no hablar de las redes sociales, que en pocas películas encuentran un acercamiento oportuno. No es el caso, obviamente, de No esperes demasiado del fin del mundo. De hecho, abraza la incomodidad y la vergüenza ajena que producen los vídeos de la protagonista, con ese filtro facial imitando a Andrew Tate. Una estrella entre la juventud ‹incel› que sube vídeos presumiendo de dinero y mujeres, pero curiosamente ha sido acusado de violación y tráfico de personas en los últimos tiempos. La protagonista crea a Bobita, un personaje ficticio a través de las redes sociales que le lleva a desconectar de su trabajo a través del humor y que nos regala los momentos más humorísticos de la película. Aunque tal vez el más divertido, más arriesgado y más bizarro, sea ese eterno plano final, que prefiero que descubráis vosotros.