Adrián Orr estrena su ópera prima de la mano de la distribuidora Márgenes, tras un recorrido más que prometedor por el circuito de festivales (mejor documental en la pasada edición del BAFICI en Buenos Aires y ganador en la sección Nuevas Olas en el último Festival de Sevilla).
Buenos días resistencia, cortometraje estrenado en 2013, puede considerarse la génesis de Niñato, obra con la que además de protagonistas comparte montadora; Anna Pfaff es la responsable del montaje de Estiu 1993, Trinta Lumes —recientemente galardonada en el D’A con el Premio del Jurado—, Con el viento o Ainhoa: yo no soy esa. Si en apenas veinte minutos, Orr era capaz de aproximarse a lo real a partir de la observación y la reconstrucción, en su debut en el largometraje se postula como uno de los nombres propios del cine contemporáneo nacional.
David es rapero, sin trabajo, sin perspectivas de futuro, que vive con su madre y tiene tres niños a su cargo. Intentando sacar adelante una carrera discográfica en la que, por otro lado, no parece confiar demasiado, su mayor reto es lograr que sus hijos no acaben en la misma tierra de nadie en la que él se encuentra. Probablemente ninguna sinopsis pueda hacerle justicia, pues esta premisa más propia del realismo social condescendiente, no es más que un marco textual, un fuera de campo que acecha el relato, que Orr evita para desdibujar cualquier pretensión narrativa que pueda coercer el discurso.
A primera vista, puede parecer evidente citar a Richard Linklater y su concepción realista del tiempo a través de la puesta en escena, especialmente en su trilogía Antes de… o en la monumental Boyhood, por su aparente rechazo de la narratividad.
Niñato, a pesar de también estar rodada a lo largo de diferentes años, rehúye esa linealidad que el director de School of Rock no solo no oculta, sino que exhibe con regocijo en la mencionada Boyhood, y evita cualquier posible punto de fuga narrativo. Así la película deviene un presente continuo inagotable de imágenes anónimas, sin entidad per se, como una reconstrucción de momentos intrascendentes, a partir de material encontrado. Una suerte de registro a partir de la pura observación. Todo esto cámara en mano, estética que Adrián Orr utiliza para recalcar la distancia entre él y el sujeto filmado —de cuya intimidad ha logrado formar parte—. Quizá pueda sonar a experimento neorrealista (con De Sica como referente más cercano) o a revisión del cine de los Dardenne, que pudiera conectar con una cierta tendencia del cine español contemporáneo, como La herida o El camí més llarg per tornar a casa.
Lejos de ser la enésima reivindicación del cine como expresión de una determinada visión del mundo, Niñato se sitúa en las antípodas de los postulados de Alexandre Astruc o André Bazin e impugna cualquier posible marca de estilo en sus imágenes. Más allá del aparato visual, se apoya en la estructura circular, combinando hasta seis años distintos para convertirlos en una rutina vaga e inconcreta.
Volver a los orígenes o rechazar la modernidad cinematográfica quizá sean repercusiones demasiado grandilocuentes para el minimalismo de la propuesta, pero, precisamente por eso, cuestiona la denostada significación del cine como mera anotación, como proceso puramente material, de aprehensión física, real, del tiempo. Embalsamarlo, que diría —de nuevo— Bazin, y darle la relevancia que merece, dejando que sea su simple devenir el relato.