El cine de animación para niños —y no tan niños— nos tiene acostumbrados, en líneas generales, a historias que, más allá del entretenimiento, ofrecen una serie de valores positivos o una evolución en sus protagonistas que enriquece en cierto modo el aprendizaje propio de la edad. Dentro de esas historias, los propios autores tienden a mostrar los valores contrarios para que quede más claro lo que es bueno y lo que es malo, ayudando a encontrar un poco de sentido de justicia y hasta de discernimiento entre el bien y el mal. Esto, obviamente, no significa que funcione o que con ver películas de animación los niños se vuelvan más listos, más empáticos o mejor educados. Pero algo hará, supongo.
En el caso de Nina y el secreto del erizo, a pesar de que el protagonismo de los personajes y sus objetivos nos invitan a pensar en la aventura y poco más, la presencia del mal personificado en el empresario —y sus “heredaempresas”— y la prácticamente constante presencia de carteles recordando que en la fábrica donde trabajaba el padre de la protagonista ha habido una huelga confirman que esa línea relativa a los valores positivos también es el punto de partida de la obra de los directores y guionistas franceses Jean-Loup Felicioli y Alain Gagnol.
Con una ideología progresista que consagra el colectivismo y la solidaridad de soslayo, la realidad es que Nina y el secreto del erizo no deja de ser otra cosa que una película entrañable y ligera que se centra en los más clásicos valores de amistad, lealtad y amor, que no requieren de tanta explicación como una huelga. Tanto que, a pesar de su corta duración (menos de hora y media), uno siente que no había suficiente contenido como para llenar todo el tiempo pretendido, ramificando la narración en diferentes direcciones, todas ellas sencillas y básicas, pero con poco sentido entre sí. De hecho, tanto es así que el título de la película y la referencia al erizo queda un poco extraña, no porque el erizo no esté suficientemente presente, sino más bien porque a pesar de estarlo no tiene protagonismo. ¿Es un “protomonstruo” de las hormonas? ¿Es la ingenuidad y la ingeniosidad hecha imaginación y conciencia?
En realidad, no importa demasiado. La película, al final, intenta hablar de cómo los “problemas de adultos” —un despido, el paro, el dinero— afectan a los niños, desde el punto de vista de los niños. Está claro que, por el camino, no todas las decisiones acaban pareciendo correctas, pero es algo comprensible. Después de todo, como película, Nina y el secreto del erizo no puede evitar ser muy francesa. ¿Y cómo no serlo, si los actores que ponen voz a los padres de la protagonista en versión original son Audrey Tautou y Guillaume Canet?
En fin, a lo importante: Nina y el secreto del erizo es una película elegante alejada de la animación más comercial, que se centra en el impacto que tiene la vida adulta (y su capitalismo) en los niños, pero que no es capaz de abordar todas esas problemáticas con claridad. En todos los desvíos del camino, mantiene el tipo en sus pretensiones de divertimento, obviando en algunas partes la parte más seria tal vez por temor a que de alguna forma el argumento dejara de ser “infantil” y, por tanto, quedando en un lugar intermedio entre el mero entretenimiento y lo demás. De nuevo, todo muy francés, lo cual no es bueno ni malo, como el final de la historia. Un poco el “ya vamos viendo” de toda la vida…