Pese a los pocos minutos que dura el (por ahora) último cortometraje del gran mesías griego Yorgos Lanthimos, una idea me obsesionaba constantemente. Vislumbraba el rostro de Matt Dillon y sólo podía pensar si realmente estaba desproporcionada la nariz de Matt Dillon en Nimic o era una causa-efecto lógica ante las dimensiones que tomaban las escenas por la metodología distorsionante que empleaba la cámara.
A lo mejor la nariz de Dillon es significativamente pequeña para los marcados rasgos que engloban su rostro hasta convertirlo en un tipo rudo y seguro de sí mismo. Pero entonces aparece Daphne Patakia y claro, ¿es su mirada tan acusadora siempre? Abierta, hostil, como si fuese a comerse tu alma sin parpadear.
Lanthimos, el Oh Gran Rey del nuevo cine griego que ya ha abandonado toda tentativa de salvaguardar los límites sociales de su amado y vapuleado territorio, se reúne de nuevo con su imprescindible (según el interés ocasional) guionista Efthymis Filippou —recordemos que lo que unió Canino no lo debería separar ningún productor— para dar forma junto al recién llegado David Kolbusz a un cortometraje de simetrías aparentes y decadencia total.
Parece necesario parar un momento y rebobinar en nuestra memoria para recordar ese evolutivo desquite frente a la sociedad acomodada. Rarezas personales llevadas al extremo para ironizar con las complejas relaciones del día a día, que resultan siempre en puñetazos en la boca del estómago mientras alguien permanece impertérrito ante la agonía ajena. Ese es Lanthimos, así a grandes rasgos, aunque con La favorita haya “roto” ligeramente la norma sobrecargando las tintas sin alejar demasiado el puño, no vayamos a pensar que nos podemos relajar ante él.
Un cortometraje de un director consolidado siempre se toma como una prueba de fuego para medir sus constantes vitales, cuando personalmente imagino al realizador de turno totalmente relajado al perder ciertas obligaciones por el camino. Es corto, no da tiempo a morir en el intento. Es por ello que Nimic, no es tanto panacea como placebo para los más fanáticos e insidiosos seguidores de Lanthimos.
Tenemos a un Matt Dillon sobredimensionado que se convierte en un hombre de costumbres concretas y encorsetadas. Es decir, un hombre que representa milimétricamente lo que tan bien define a los personajes tipo de Lanthimos: una ameba de sentimientos forzados. Una vez sometidos al personaje comienza a moverse la cámara por el entorno que le rodea, y es cuando nos fijamos en el estudiado trabajo de una angulación extremista y aberrante que rompe la óptica común del universo. Mientras disfrutamos de la imagen, siempre luminosa e ilustrativa, fijándose en los rostros muy de cerca para después distanciarse en un claro favor por el abismo y la soledad del individuo, llega la sorpresa y los trenes chocan y nadie escucha ese ruido.
Para Lanthimos la identidad fracturada es un caramelo con el que se entretiene sin saciarse jamás, y es por ello que si nos acercamos a Nimic vamos a encontrar a ese director que reinterpretaba los movimientos de sus protagonistas en Kinetta, pero con un aspecto mucho más estético y depurado, sin tanto afán por abrazar el caos absoluto que es el hombre. Una historia sencilla, prácticamente infantil que se matiza hasta que la repetición se torna en una acción elegante, gracias a este juego de perdedores que no conocen la palabra “reloj”. ¿Es realmente su nariz tan pequeña o lo que se ha minimizado aquí es el Ego? Pasen y vean.