Este fin de semana llegaba a nuestra cartelera una de esas películas potentes de la temporada, Un asunto real del danés Nikolaj Arcel que se mete en terreno de reyes y reinados en una nueva incursión para el galardonado cineasta que en realidad no parece distar tanto de un debut que, pese a estar situado en un marco más cercano al nuestro, ya se interesaba por unas altas esferas que en El juego del rey diseminaba con algo de acierto construyendo un thriller político más eficaz en su faceta de cine de género que en un discurso con alguna que otra fisura.
Basado en una novela del periodista, autor y comentarista político Niels Krause-Kjær, la adaptación quedaba en manos del propio Arcel y de su habitual pareja de baile en ese tarea, un Rasmus Heisterberg con el que además de haber co-escrito los guiones de sus cuatro largometrajes, también se encargó de trasladar a la gran pantalla el ‹best seller› de Stieg Larsson Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, que terminaría siendo dirigido por Niels Arden Oplev. De este modo, y con dos nombres que cada vez van cobrando más peso en la escena del cine nórdico, nos encontramos con un trabajo sólido la mayoría del tiempo en la escritura, que si bien peca en algún momento de inocente al escupir más que introducir con sutileza sus disertaciones políticas, sabe jugar perfectamente las bazas con las que cuenta durante su presentación, además de mostrarse consecuente en todo momento con lo planteado, acometiendo el film más como una ficción que otra cosa dejando así otras posibles líneas argumentales en segundo plano.
Ello no resta eficacia a algunos aspectos más matizados como ese juego de apariencias mantenido por algunos personajes que tan bien definen el universo en el que se mueven, o ese juego del ratón y el gato mantenido entre la prensa y los entes políticos que nos llevan a un trabajo realizado con vocación que se muestra sólido la mayor parte del tiempo. Quizá en ese sentido y donde más perjudicado sale el libreto de Arcel y Hesterberg es al fraccionar ese discurso dándole forma a través de diálogos que en realidad no aportan demasiado a la cinta en sí y sólo parecen avalados por una intención crítica de la que la propuesta realmente no se nutre en tan alto grado como podría aparentar.
A nivel formal, el danés no arriesga en exceso y su puesta en escena resulta incluso algo típica para un trabajo de estas características, con los ya consabidos tonos fríos que dotan de cierta apatía a su atmósfera y que dejan el azul predominar en pantalla. No sería justo, no obstante, dilapidar un trabajo que pese a no destacar o desmarcarse de las características habituales (sin ánimo de generalizar) del cine político, resulta convincente y no empaña la obra en ese aspecto, pese al empleo de algún que otro recurso de lo más dudoso (esa tópica y lluviosa escena donde se intensifican las notas de la BSO) que no resulta particularmente acertado.
Sí resulta El juego del rey más atrapante en su vertiente narrativa, en la que Arcel sabe trabajar unos «crescendos» que dotan de cierta tensión al conjunto y, reforzados por una banda sonora muy bien empleada y engarzada, evitan que el film entre en una monotonía que no beneficiaría esas hechuras de thriller, donde funciona realmente bien gracias a un ritmo intenso y a un interés que el cineasta sabe ir generando gracias a las herramientas de un guión que, pese a resultar defectuoso en algún que otro giro por el hecho de no atar siempre todos los cabos con convicción, sí sabe como mínimo fomentar el interés de una propuesta que requiere de esos engranajes para funcionar mínimamente bien.
Otro de sus principales aciertos es el protagonismo de un Anders W. Berthelsen que ya venía de encabezar una cinta como Italiano para principiantes y sostiene aquí un personaje que también posee sus vértices dramáticos (esa acertada relación repleta de claroscuros con su padre, la aparición de su mujer que no resulta del todo anecdótica, etc…), además de encontrar en Nicolas Bro un complemento perfecto. Donde no encuentra tantos apoyos Arcel es en la elección de unos secundarios que no ofrecen en ocasiones el juego deseado, bien sea porque no están tan bien trazados a nivel psicológico o por alguna interpretación tipo algo más floja.
El juego del rey compone, pues, un perfecto ejemplo de lo que supone la eficiencia de un cine que, con cada paso que da, parece ganar enteros, y es que ya sea en un marco político (como es el caso), dramático (Just Another Love Story) o de acción más pura (la reciente Headhunters), el llamado thriller nórdico sigue acumulando virtudes que lo hacen merecedor de de ser reconocido como uno de los principales renovadores del género que ya encontraban en 2004 y en manos del debut de Arcel una propuesta destacable en cierto modo que supone una magnética y adictiva incursión en uno de esos marcos donde no es ni mucho menos fácil engarzar una propuesta. Quizá, de ahí el valor de un cine que ha sabido encontrar el equilibrio perfecto y encandilar a un público cada vez más desencantado con las aportaciones de un género por desgracia (para sus seguidores) cada vez más masificado.
Larga vida a la nueva carne.