La niña prodigio y poeta soviética Nika Turbina empezó a escribir poesía con tan sólo seis años. Fue descubierta por el escritor Yulian Semyonov y a los diez años publicó su primer poemario, en 1984, con un prólogo de Yevgeny Yevtushenko. Se hizo popular y reconocida internacionalmente, vendió discos con sus poemas recitados y traducidos a varios idiomas y realizaba recitales multitudinarios. Pero un día las voces que según ella le hacían llegar sus palabras por la noche, la abandonaron. Dejó de escribir y quiso reorientar su vida luchando contra sus demonios interiores. Su excepcional historia es la base de la película Nika (Vasilisa Kuzmina, 2022). Nos encontramos a una Nika con 27 años a principios de los 2000. La joven convive con su madre, que trabaja en un cine y pinta los carteles de los títulos que estrenan. Su relación está repleta de tiranteces, ahora por su intención de presentarse a una escuela de arte dramático con el objetivo de convertirse en actriz. Sus días pasan entre fiesta y fiesta, rodeada de personas que recuerdan su esplendoroso pasado y le piden que recite alguno de sus poemas insistentemente, mientras ella intenta alejarse de esa persona que ya no siente que es.
La cámara en mano persigue a la protagonista con planos medios entre su opresivo hogar y el bar de un hotel que frecuenta para encontrarse con las citas que prepara su madre con algún hombre adinerado interesado en ella, que garantice el futuro de ambas. Nika conoce a Ivan (Ivan Fominov), alguien que se siente atraído por la persona que es ahora, que entiende perfectamente lo que supone el peso de un pasado o unos orígenes que no se pueden dejar atrás. La directora construye un tono melancólico sobre esa década ya pasada en la que tanto su protagonista como la Unión Soviética colapsaron para transformarse en algo distinto. El cambio político y social no ha garantizado las oportunidades de progreso para todos y Nika es sólo una ciudadana rusa más, obsesionada con una parte de su vida que no puede ni quiere recuperar, que encierra enigmas y consecuencias que la afectan todavía en el presente. Aquí es dónde el filme resulta especialmente débil, en el tratamiento de su perspectiva psicológica sobre el personaje. Resulta tremendamente cliché la forma de mostrar su rebeldía y cambios de humor injustificados o su actitud caprichosa frente a las expectativas de los ligues que le prepara su madre para beneficio propio.
Entre referencias a la cultura pop de la época para ayudar a la ambientación —como las que realizan los personajes a la icónica The Matrix (Lana & Lilly Wachowski, 1999)—, se construye torpemente el camino hacia el destino trágico de Nika y la efectista manera de desvelar los oscuros secretos de la infancia que su propia mente ha bloqueado como forma de protección. La explotación, el abuso infantil y las mentiras sobre su supuesto prodigio literario, las marcas psicológicas que eso dejan, se expresan simbólicamente a través de una cicatriz en su espalda por una caída en su adolescencia de la que culpa a su madre. Una madre a la que pese a todo quiere, aunque la interne en un hospital psiquiátrico contra su voluntad. Incluso después de que vuelva a descubrir, encerrada en un macabro ciclo vital, las manipulaciones a las que fue sometida o el abuso de medicamentos. Una realidad que le ha dejado traumas y una frágil salud mental con la que ha tenido que luchar toda su existencia sin apoyo alguno de nadie.
Todo esto se aborda en una escena clímax sobre la tarima del cine donde trabaja su madre, como una nueva representación a modo de farsa de algo ya sucedido antes, cuyo tono histérico ahoga cualquier sutileza dramática o ambigüedad. Una escena con un gran contraste entre un personaje recreado para mantener el misterio de sus motivaciones frente a otro que no es más que una antagonista unidimensional a lo largo de toda la cinta, que lo único que quiso siempre fue vivir a través de su hija todo lo que nunca pudo por ella misma. Esa escena, que podría haber servido de final, es tan sólo un paso más hacia la inevitable representación del auténtico desenlace de la protagonista en la vida real, que murió tras precipitarse por la ventana del quinto piso de su casa. Un final abrupto, que rompe cualquier intento de construcción discursiva o interpretación de los actos de Nika Turbina y responde a un interés más morboso que cinematográfico.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.