Nightsiren (Tereza Nvotová)

Nightsiren, segundo largometraje de Tereza Nvotová, está plagado de serpientes blancas en diferentes momentos del relato. En ocasiones son elementos terroríficos, las veces elementos de la tierra que conectan con la naturaleza y empoderan, pero no dejan de ser unos reptiles que asustan y se relacionan con el veneno, que tanto sirve para morir como para sanar, según su medida.

Hay mucho veneno en Nightsiren, donde aparentemente se mezcla la brujería entendida desde la superchería rural con la cultura que nunca llega a refrescarse al encadenar los miedos del pasado para alimentar los actuales. Nvotová quiere retratar un camino tortuoso para una mujer que necesita perdonar, perdonarse y encontrar sus verdaderos estímulos al llegar herida a un lugar que representa su pasado. El terror en esta historia no es tanto animal como humano, pues es el costumbrismo, los hombres envalentonados y los secretos a voces lo que causa verdadero rechazo en el film, más allá de una construcción de imágenes que desean elevar la tensión o idolatrar el doble sentido de la palabra bruja.

Con una escena a modo de prólogo impactante y definitoria, encontramos a Šarlota apareciendo de la nada a través del bosque para reclamar la herencia que ha dejado su madre muerta. Conectar con esa niña que huye por el bosque y vuelve por el mismo camino una vez todo el pueblo la creía muerta hace que afloren todo tipo de temores por parte de los habitantes del lugar, uno que todavía se rige por las tradiciones, ya no las rurales pertenecientes a fiestas en lo angosto de Eslovaquia, también en las dinámicas amorfas patriarcales donde el hombre es el único ser al que se debe escuchar y donde la mujer tiene derecho a replicar en favor del hombre con condescendencia. En este paupérrimo estado de las cosas se sumerge la protagonista dando voz, por el camino, a otro personaje que como ella no parece encajar en el lugar, otra mujer joven, capaz de decidir por sí misma, con la que conseguirá procesar ese estancamiento vital que le ha hecho aceptar esa huida hacia delante.

Nightsiren busca en esta unión de dos potencias femeninas una respuesta a la violencia machista que rezuma todo ese legado mal entendido como tradición, una violencia que utilizan tanto hombres como mujeres en contra de esas dos personas que representan un cambio que no están dispuestos a asumir. La concepción es quizá demasiado plana, por tratar de heroínas a dos personas que en ocasiones también se muestran erráticas, pero tiene algo de mágico en su constante diálogo con la naturaleza y con los animales que la habitan, consiguiendo algunas estampas idílicas dentro del drama. La película se divide en siete capítulos que van sanando el presente a través de pequeños extractos del pasado, que van clarificando la relación de las dos protagonistas mientras se entiende el porqué de la actitud de ambas. Mientras tanto crece en paralelo el rechazo a la “normalidad” que define al pueblo y sus habitantes, donde la inquina y la violencia que reproducen los convierte en poco menos que un ideal a aniquilar. Quizá sus dos últimos capítulos contengan la energía suficiente para destacar frente a lo convencional del resto, con una escena festiva que evoca a través de las drogas a la vez un sueño y una pesadilla de colores neones y luces oscuras que consiguen desembocar en ese renacer que busca en todo momento Tereza Nvotová para sus personajes. La directora necesita dejar clara la importancia de la libertad femenina, de romper con los lazos del pasado para crear nuevos estímulos, y parece conseguirlo por instantes pese a que el relato, con el tiempo, pierda algo de esa rebuscada potencia.

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