Night Call – La nuit se traîne (Michiel Blanchart)

Por paradójico que pueda parecer, quizá uno de los mecanismos del thriller actual desde los que evitar la constante repetición de lugares comunes y estilemas, los códigos de una acción cada vez más volcada en la autoconsciencia y lo meta, y la consecución de personajes a cada cual más plano y al servicio del artefacto en sí, resida en hacerlo estallar todo por los aires (metafóricamente hablando, se entiende), planteando retos inverosímiles a la par que adrenalínicos y haciendo derruir cualquier concepción lógica que nos vuelva a remitir al género controlado (cuando no por los tics, por su convencimiento en el dispositivo) y acomodado (por esa propensión de volver sobre los mismos pasos) de siempre.

En efecto, si uno analiza con frialdad una obra como La nuit se traîne —título mucho más sinuoso y potente que su traslación al inglés como Night Call— es posible que encuentre, entre todas sus decisiones de guión que van haciendo avanzar este thriller urbano tan poderoso como (las veces) inverosímil, momentos que apelan más al espíritu festivo, a un todo por el todo que mayormente funciona como un tiro, que a una consecución lógica de aquello que plantea el cineasta belga (y apunten bien este nombre) Michiel Blanchart —quien con su cortometraje Estás muerta, Helene se llevó loas y una numerosa cantidad de premios, entre ellos el Méliès de Oro en Sitges—. Sí, puede (también) que lejos de esos instantes salvajes, más cercanos a una celebración del género que otra cosa, se hallen tantos otros donde se antoja difícil comprender más que las decisiones, las motivaciones de algunos de sus personajes, pero es tan cierto como que todo ello la aleja del mecanismo premeditado y esperado, logrando un torrente desde el que conducir cada idea, por desesperada que sea (tal y como lo resulta también la situación del protagonista), al cauce adecuado.

Es por tanto el debut de Blanchart una de esas obras ante las que llega a ser necesario realizar concesiones, pero que al mismo tiempo captan con fiereza el espíritu de esas sesiones de medianoche, alzándose en mitad de una espiral de locura quizá alejada de lo que determina el contexto en sí, pero al fin y al cabo definitoria; y es que como comentaba, estamos ante un thriller urbano que incluso llega a contener apuntes sociales —que, dicho sea de paso, el realizador aprovecha en la huida desesperada de Mady, ese cerrajero que será parte de una encerrona, buscando a contrarreloj una solución que quizá llega del modo más común posible, para que no todo sea una continua fuga al vacío—, en el que todo aquello que delinea el cineasta no son sino personajes de carne y hueso, con sus preocupaciones y problemas propios, arrojados sin embargo a una vorágine improbable dispuesta frente a una situación límite.

Si en algo hay que incidir, no obstante, más allá de ese salto de fe presente en un título que se deja llevar por la fuerza arrolladora de sus ‹set pieces›, es en el manejo que realiza Blanchart de cada escenario, urbano o no, privilegiando así las virtudes de una puesta en escena que encuentra refuerzo en el portentoso trabajo visual realizado por Sylvestre Vannoorenberghe, así como en un diseño de sonido y una banda sonora de la mano de Tepr (seudónimo del músico francés Tanguy Destable), donde los sonidos electrónicos entroncan a la perfección con esos interminables confines nocturnos perseguidos por la cámara.

La nuit se traîne se dispone así como una pieza que fluye impecablemente mediante una narración sólida y orgánica, que otorga si cabe un punto más de convencimiento a una obra que no se mueve a través sus estímulos, y que funciona como un todo. Quizá ahí reside la gran capacidad de un film que, pese a encontrar escollos donde su credibilidad puede ser puesta en entredicho, siempre encuentra los mecanismos precisos para avanzar, ya sea por la energía que desprenden sus secuencias, por la convicción de un elenco decidido —ojo al papel de villano reservado a un gran Romain Duris— o por la absoluta devoción que muestra Blanchiart en torno a un género que basta con que se libere de todo prejuicio para disponer uno de esos ejercicios ante los que se antoja imposible no quedarse pegado a la butaca y disfrutar.

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