Nido de Víboras no es el thriller que aparenta. O quizás no es el drama sobre la avaricia que apunta. Puede que en realidad sea un híbrido genérico, pero lo verdaderamente importante es que da exactamente en la tecla en todo aquello que pretende. Eso sí, aviso para navegantes, estamos muy lejos de los excesos violentos habituales del cine coreano sin que ello sea un factor negativo. De hecho, la opción de la crudeza seca argumental, junto a una tendencia a la negrura despiadada en la construcción de personajes, resulta suficientemente contundente sin necesidad de explicitar más allá de lo necesario.
El film debut de Kim Yonghoon no es solo un catálogo de miserias del comportamiento humano ni tan siquiera un ataque despiadado hacia la avaricia y las consecuencias de la misma. Hay, de alguna manera peculiar, una cierta ternura, una cierta mirada de comprensión hacia todo lo que sucede, y es por ello que el film se toma su tiempo en construir las diversas tramas que, inevitablemente, acabarán por converger. Por decirlo de alguna manera, estamos más cerca del territorio Coen que de lo que podría haber filmado el Guy Ritchie de Snatch o Lock & Stock.
Cierto es que esta opción por la pausa puede desconcertar al seguidor del cine coreano más acostumbrado a ritmos frenéticos y a imágenes de impacto. No obstante, Nido de Víboras ofrece, a través de la paciencia, una trama sólida que prescinde de giros improbables y que funciona más como ‹fatum› determinista donde la acción-reacción no solo es necesaria sino inevitable. Por el contrario, sí que quizás el amplio espectro de personajes acaba por desdibujar alguno de ellos, dejando algunas subtramas algo cojas en cuanto a resolución cuando parecía que podían ir un paso más allá.
Hay dos aspectos, más allá del empaque de la propuesta, que llaman poderosamente la atención. En primer lugar, el hecho de que, y más siendo su ópera prima, Kim Yonghoon parece contravenir a posta el concepto de velocidad, de hiperconsumo, de ‹hype› y recompensa inmediata apostando por un producto de apariencia comercial pero que indudablemente apuesta por un sello personal que se acerca a lo que podríamos considerar como un primer peldaño hacia una carrera más de autor, por así decirlo. Y si el primer aspecto diferencial se centra en lo formal, el segundo pivota más entorno al fondo argumental del asunto. No se trata ya tan solo de realizar un retrato pesimista sino más bien, y gracias a su particular estructura circular, convertir el relato en una pequeña anécdota dentro de un mundo que parece gobernado por la negrura. O, dicho de otra manera, consigue que el círculo se convierta en bucle infinito, lo que da una mayor dimensión pesimista al conjunta.
Así pues, puede que Nido de Víboras no sea el producto que esperábamos, pero por el contrario resulta el que de alguna manera necesitábamos. Una vuelta hacia un cine de construcción y pausa muy preocupado por el qué y el cómo sin autoalimentarse de ínfulas de trascendencia moral ni de exhibicionismo formal. Una narración, si se quiere, contemporánea pero con un gusto impecable por lo clásico, entendido esto como ir al meollo del asunto y dejar espacio para la reflexión posterior.