No hay duda, Matteo Garrone es un enamorado de las reformulaciones de cuentos infantiles, de las fábulas y misterios de hadas, como también adora una buena historia arrastrada por los lodazales de las zonas más pobres de su Italia natal. Aunque empezar hablando de Garrone sea algo simplemente simbólico, un primer paso para conocer el verdadero sueño de la novel Nunzia De Stefano, colaboradora habitual del director.
De Stefano revela que Nevia tiene mucho de ella, de su propia infancia. En algún lugar remoto de Nápoles se hace fuerte el decorado más realista y sucio que un cuentacuentos podría encontrar. Ese en el que todavía viven algunas personas que no han hallado el favor del dinero ni la buena estrella. Contenedores convertidos en vivienda, sin el toque idealista y teatral de Kaurismäki en Un hombre sin pasado, que soportan el peso de algunos pasados turbios de los que parece imposible huir.
Pero Nevia encuentra en este lugar y en su joven protagonista la oportunidad de fantasear, como si de una Cenicienta de nuevo siglo se tratara. Hay príncipes que no disimulan su verdadera alma de ogro, por los que no vale la pena aprovechar un bonito vestido, y que ofrecen zapatos de cristal en forma de caras zapatillas de marca que intercambiar por algo de dinero con el que alimentarse.
Nevia es una muchacha que pronto dejará de ser adolescente, dispuesta a encontrar una vida que le aparte de los errores que el resto de sus vecinos y familiares han cometido, y lo hace desde un refugio falsamente fortificado por mujeres, que saben reformular el discurso hasta acomodarlo a su mirada. No hay nada fácil en el relato, pero sí un aire de fantasía realista que tanto gusta ahora en el cine social, en el nuevo canto de los directores italianos que se atreven a presumir de su faceta de historiadores e ilusionistas a pie de calle.
Convenza o no su forma de reutilizar los cuentos como se reutilizaron en su momento esos contenedores donde viven, se puede apreciar la forma en que crea heroínas anónimas, mujeres carismáticas y fuertes enredadas en sus propios misterios, la verdadera magia de una historia donde la supervivencia en un mundo de hombres pasa por el cuerpo y la discreción de las más sacrificadas.
Y como buena historia de princesas sin sangre azul, que no buscan caballeros armados que las defiendan pudiendo hacerlo solas, sí hay un castillo al fondo de este horizonte napolitano: un circo. Porque Nevia tiene mucho de exposición sobre los límites de la legalidad y la pobreza, pero también encuentra la forma de aferrarse a la infantilidad, a ese momento en que uno todavía siente la alegría de volver a ser niños, de sonreír.
Un circo que lleva otro ritmo y actitudes frente a lo extraño, donde lejos de presentar máscaras se percibe algo de amabilidad humana y bestialidad animal, algo que inspira a la protagonista a buscar esa salida rápida de un mundo que no le agrada.
Y aquí radica la moraleja de esta narración, Nevia invita a buscar la fórmula de ser dueña de un futuro distinto, de poder tomar decisiones que se alejen de esas falsas promesas de príncipes encantados y salvadores de armadura oxidada. Nevia quiere romper la cadena de favores que sabe que le va a estrangular de por vida, y Nunzia De Stefano nos lo cuenta desde una visión que rompe con lo bucólico y nos muestra en todo momento ese don casi imposible de fantasear con los pies bien anclados en la tierra.
Sin delicadeza, nos encontramos con una película de fortalezas y sentimientos que regenera la fantasía en el día a día y explora ese punto de luz al final del camino, respetando a unas protagonistas que ha elegido con mimo y logrando finalmente dignificarlas para que Nevia sea algo más que una realidad olvidable.