El primer largometraje de Adrià Roca, Ekain Albite, Miken Ibarguren y Nicolau Mallofré, cuatro jóvenes directores que conforman el Colectivo Negu, es una propuesta ambiciosa, tanto por sus decisiones formales y narrativas, como por su gravedad temática. Ambientada en el pueblo navarro de Zubieta, fronterizo con Francia, en la época contemporánea al cese de la actividad armada del grupo terrorista ETA, su premisa parte de la llegada de una joven fugitiva, quien será acogida y escondida en el pueblo mientras trata de preparar un plan para cruzar la frontera.
Lo primero que llama la atención de Negu hurbilak es la experiencia visual y sonora que propone, de una intensidad sutil pero absorbente. Emplea diversos recursos, todos ellos enfocados a generar sensaciones de aislamiento y quietud, que retratan, no solamente el día a día de ese pueblo apartado, sino también esa ansiedad por la huida de la protagonista que se traduce en una suerte de pérdida de la perspectiva del paso del tiempo. La cámara parece optar por un estilo aséptico, que busca no una identificación emocional inmediata con los personajes sino, más bien, la evocación de una sensación general, que está en el entorno, y en la que esta idea del tiempo completamente detenido está muy presente. Ya sea a través de sus lentos planos secuencia, que parecen reptar sin rumbo hasta captar un objeto de interés; de sus paisajes neblinosos o envueltos en la oscuridad, que inciden en esa sensación de aislamiento del lugar y sus habitantes; o de su forma de rodar las secuencias de interiores, siempre guardando una distancia y sin subrayar la expresividad de sus personajes. Asimismo, el énfasis en el sonido ambiente, generando una suerte de silencio envolvente, contribuye de manera eficaz a evocar esas sensaciones. Y esa forma de ambientar los sucesos se refleja también en el tratamiento de los personajes, de la situación general y del contexto histórico.
En consonancia con su labor e intenciones en la ambientación, Negu hurbilak adopta un estilo narrativo muy parco en explicaciones o contextualizaciones, confiando en la interpretación del espectador; pero entendemos con facilidad que la joven, de la que no conocemos su pasado ni sus conexiones, es una etarra convicta que busca huir de la justicia. Por este motivo, el enfoque de la cinta es ya de inicio muy audaz; porque en la realidad de la opinión pública española existen todavía cuentas pendientes muy evidentes a explorar y normalizar sobre el llamado conflicto vasco, incluso más de diez años después de la disolución de ETA. Mostrar un personaje con claros lazos con este grupo en un contexto no hostil, en el que se observa camaradería y connivencia por parte de los habitantes de la zona, es de por sí una idea compleja y alejada de relatos oficiales. Esa suerte de colaboracionismo naturalizado, de «tenemos que esconderla porque es de los nuestros»; esa comprensión de una realidad incómoda, que las motivaciones políticas de la banda estaban conformadas por sentimientos comunes y que hubo comunidades y lazos sociales y familiares que la nutrieron, es lo que muestra esta película sin ningún filtro condenatorio ni señalamiento.
De hecho, podría decirse que, en su perspectiva de los hechos, no hay un discurso evidente o un posicionamiento moral frente a lo que narra. Lo que sí hay de manera más clara es un posicionamiento emocional, y este es de corte introspectivo: no importa tanto hacernos sentir aceptación o rechazo frente a lo que estamos viendo, como sumergirnos en las rutinas exasperantes de su protagonista ante la expectativa incierta de huir, ensimismarnos en el ambiente tranquilo y en ocasiones viciado de una comunidad aislada, y comprender a sus personajes en base a sus estilos de vida, los retazos que podemos conocer de su pasado y su relación con la protagonista. Es, en definitiva, una película muy inmersiva, que busca y logra crear una atmósfera muy eficaz no solamente a través de su ya mencionado trabajo de ambientación, sino también de su enfoque narrativo, abrazando una lógica costumbrista, casi documental, y evitando juicios externos sobre lo que está mostrando.
Un ejemplo paradigmático de ello, y de su particular audacia tanto a nivel formal como temático, está en sus diálogos, o en la ausencia de ellos en ocasiones. Revela que la complicidad que se muestra entre sus personajes va más allá de las palabras; también el sufrimiento latente y nunca expresado con claridad, o el arrepentimiento por lo que años de lucha han desgastado en sus vidas o en sus familias. Y de este modo, evitando una verbalización muy directa, se contribuye a presentar sus acciones como algo que desde fuera cuesta entender, pero que participa de la cohesión emocional de la comunidad y de las conciencias individuales; y que, en último término, explica que la decisión de acoger a la fugitiva ni siquiera se problematice, sino que se acepte como una pieza ineludible de su identidad colectiva. Por ello también, del mismo modo que no emite juicio sobre la protagonista y los motivos de su huida, los cuales ni siquiera aclara, tampoco lo hace con quienes la rodean, sus costumbres y lo que les lleva a hacer lo que hacen. La película propone, y por ello supone un revulsivo tan elocuente como incómodo, una inmersión respetuosa en las motivaciones y en las consecuencias, personales y comunitarias, de ETA como fenómeno social; a través de uno de tantos lugares que generaron y participaron de su impulso identitario, tan poco incidido pero que, en mi opinión, ya deberíamos tener la madurez de abordar con la franqueza y la naturalidad que brindan haber cerrado oficialmente esta etapa, sin duda oscura pero también compleja y llena de aristas emocionales, de la historia reciente de Euskadi.