En mitad del declive del gran cine italiano clásico que empezaba a ser cada vez más patente durante la década de los 70, con algunos de sus nombres indispensables en el tramo final de su carrera fílmica, surgió Nanni Moretti. Un tipo muy peculiar ya desde sus primeros pasos tras las cámaras. Sin duda, el nombre de mayor repercusión entre los cineastas italianos que comenzaron su carrera en los 70. Un realizador que ha sabido granjearse a lo largo de las décadas una carrera tan irregular como interesante.
Como ya comenté en la reseña que hice hace unos años del que para mí es el mejor film de largo de Moretti (Bianca), no soy un gran fan del cine de este autor italiano. Sobre todo, no me gusta su vertiente más maniquea que empezó a emerger precisamente con la cinta que dio por finalizado a su ‹alter ego› Michele Apicella, esta es la peculiar Palombella rossa.
Puedo arriesgarme a catalogar al cine de Moretti en tres etapas vitales. La de sus primeras pelis (etapa que me parece muy interesante y en la que se engloba su mejor film, Bianca) muy narcisistas plenas de un humor burlesco muy italiano, con Apicella como protagonista absoluto que se puede encuadrar en el género de la sátira posmoderna bufonesca. La del Moretti político que abarca desde la mencionada Palombella rossa y que termina en Habemus Papam. Y finalmente la del Moretti más contenido e intimista, aunque sin perder de vista siempre la crítica y reflejo de la sociedad que le tocó vivir, que ya derrotó ciertas gotas puntuales entre medias de la etapa política con Caro diario (Querido diario) —que precisamente llegaba de nuevo el viernes a cines— y La habitación del hijo como grandes ejemplos y que desde esa bonita y pequeñita peli que fue Mia madre parece que ya será el camino definitivo que tomarán sus últimas obras, mucho más maduras y bellas que las de la segunda etapa.
Para honrar a este extravagante e inconfundible realizador he decidido reseñar la que para mí es una obra clave de su primera etapa: Sueños dorados. La verdad es que esta es una película que no recomendaría a nadie por sí misma, pues se trata de una comedia muy singular y extraña detentora de un sentido del humor que seguro no gusta a todo el mundo. Aquí, como sucede con Amanece que no es poco, hay que sentirse cómplice con la propuesta de su fabricante para poder disfrutarla plenamente y ello solo se consigue si se ha seguido la carrera de Moretti desde sus inicios.
Pues Sueños dorados es la cinta que explica el sentido de este excéntrico sujeto llamado Michele que es sin duda un reflejo especular de las obsesiones y pensamientos de Moretti. Un Michele que fue primero desempleado metido a actor de teatro experimental en Io sono un autarchico, para pasar a ser un estudiante con mucho tiempo libre en Ecce bombo (Traperos), posteriormente convertido en director de cine de autor en esta Sueños dorados, que después será profesor en un instituto en Bianca y que finalmente se desempeñará como waterpolista en Palombella rossa.
Aunque el tipo se disfrace con profesiones distintas tiene muchísimas conexiones, además del rostro de Moretti. Por ejemplo, la de sufrir toda clase de delirios y obsesiones que atormentan su vida diaria, tener un carácter aniñado para nada cercano al universo adulto, igualmente una cierta misoginia reflejada en su atracción lasciva por una tal Silvia que le provocará toda clase de tormentos y por último tener que lidiar con un temperamento desequilibrado e histriónico que deja entrever los suplicios que implica dedicarse a una labor tan ardua como la creación artística.
Y este último punto, común a las cinco obras indicadas, resulta el trazo más claro sobre el que pivota el argumento de esta Sueños dorados. Bueno, argumento, argumento… es muy osado por mi parte indicar que existe. Solo puedo apuntar que la película refleja la vida de un director de cine de arte y ensayo y sus preocupaciones por seguir siendo considerado el mejor de su generación tras haber obtenido un cierto éxito con su anterior película que casualmente trataba de la desesperación de la juventud italiana de los setenta (Ecce bombo). Así nuestro Michele asistirá a multitud de debates para filosofar sobre sus ideas y pensamientos. Tendrá que maniobrar para esquivar a tipos pesados que quieren escribir un guion para él o producirle sus películas e incluso deberá batallar por ser el mejor director de cine de su generación con otro friki que pretende realizar un musical sobre los disturbios de Mayo del 68. Recibirá la comprensión de su madre con quien vive en un pequeño apartamento. Vivirá ensoñaciones de recuerdos pasados, o quien sabe si de vivencias futuras, observando como trabaja en un instituto donde se encontraba el amor de su vida que responde al nombre de Silvia (anticipo de Bianca). Aguantará toda clase de avatares durante el rodaje de su próximo proyecto: una cinta sobre el padre del psicoanálisis Sigmund Freud. Y toda esta mezcla explotará como una bomba en la frágil cabeza de un loco de atar que ha decidido plasmar su estado febril y estropeado en ese reflejo de la vida que es el cine.
La película es inclasificable como he comentado anteriormente. Sin duda, una ópera bufa donde el surrealismo, el humor absurdo a veces difícil de comprender y el mundo de las pesadillas campan a sus anchas. La narración es conscientemente confusa creo que con un claro sentido: manifestar que es en el cosmos del caos y la anarquía donde mejor germina el arte. Moretti dibuja por tanto un cuento que trata de representar lo dificultoso que resulta la creación, psicoanalizándose sin ningún tipo de rubor para mostrar sin tapujos todas sus fisuras emocionales presentes en el ejercicio de producción de una obra, en este caso cinematográfica, pero que bien se puede trasladar a otros campos donde el proceso de creación juega un papel tan primordial.
Y Moretti dispara con todo y contra todos. Analizando los caprichos tanto de guionistas, actores, familiares, amigos, pretendientes y, cómo no, los suyos propios. El psicoanálisis está muy presente en la obra, no es por tanto baladí que la película que se halla dirigiendo Michele sea la biografía de Freud. Michele se observa como una persona vulnerable psicológicamente con unos interesantes tintes edípicos, pues necesita del sostén moral de su madre para no caer en el pozo más profundo. También, muy presente en ese Michele durante estas cinco películas, se advierten las enfermizas relaciones del ‹alter ego› de Moretti con el género femenino, dibujadas éstas más desde la psicopatía que desde el amor platónico.
Todos estos ingredientes elevan Sueños dorados a un estatus de obra de culto para quienes quieran adentrarse en la filmografía del realizador de El caimán. Es por tanto una película esencial que a través de la mofa absurda, un surrealismo para nada subliminal y una estructura casi episódica, que evita que exista una línea argumental tanto en el tiempo como en el espacio, logra hacer brotar los artificios existentes en todo proceso de creación. Esto es, aquellos recodos donde se vierten los miedos que atenazan la mente, donde se albergan tanto las esperanzas de triunfo como las amarguras de la derrota y la incertidumbre del mañana; y que, por tanto, rubrican un pequeño y sentido homenaje a todos aquellos que han decidido abandonar la comodidad de una nómina por la duda que supone desconocer si se va a poder comer mañana con un solo propósito: crear arte para la posteridad de los tiempos, a pesar de que ello les convierta en seres huraños, inestables y hasta cierto punto peligrosos.
Todo modo de amor al cine.