Un viaje (también interior) fraguado por la memoria y el recuerdo. Así es como arranca Nana, el último largometraje de la cineasta indonesia Kamila Andini en lo que se asume como un trayecto en el que confluyen pasado, presente y un porvenir (como bien se deduce de su mucho más certero título internacional: Before, Now & Then) en el que nunca se llega a situar el film, pero sí se puede vislumbrar a raíz de las andanzas de Nana, la protagonista, y el inicio de una nueva vida tras casarse nuevamente.
Es así como la película establece no sólo un contexto —la llegada al poder de Suharto, segundo presidente de la República y dictador a posteriori cuyo legado se sigue discutiendo a día de hoy—, sino también las pautas de un momento social que se dirimen precisamente de la situación en la que se verá envuelta la propia Nana.
Andini ejecuta, a raíz del relato que rodea a la protagonista —una Happy Salma ya presente en algún largometraje anterior de la cineasta que interpreta a la perfección los claroscuros del personaje y la circunstancia vivida—, una obra que se sirve esencialmente de recursos estéticos —principalmente de la puesta en escena, en lo expresivo, y una casi omnipresente banda sonora que no siempre funciona del mejor modo— para transitar esa Indonesia e ir desgranando una historia donde la liberación se concreta en lo femenino y va tomando forma en una sororidad desde la cual poder escapar al poder ejercido, no tanto desde el gesto o la palabra como sí lo hace mediante las acciones de un personaje que parece medir cada movimiento; un hecho este que se deduce de la planificación sostenida por la autora de Yuni, como por algunas (e intermitentes) secuencias que van dibujando un mosaico repleto de incertidumbre en cuanto a la direccionalidad de esa relación.
Aquello que, sin embargo, la realizadora puntualiza desde apuntes las veces ciertamente reveladores —como ese momento en la cena donde todos esperan la orden del patriarca para empezar a comer—, no obtiene los estímulos necesarios en un hilo narrativo cuya inconcreción termina disponiendo un conjunto tan deshilachado como falto de cohesión: parece tal el empeño de Andini por componer instantes —en ocasiones casi como si fueran islotes en mitad de la propia narración—, que termina descuidando los encajes de un film que divaga casi sin quererlo; o dicho de otro modo, tiene claros sus objetivos, pero estos se terminan devaneando entre la disposición formal del artefacto y su propio engranaje discursivo.
Es, de hecho, en ese sentido donde Nana consigue ensamblar sus piezas, apuntando incluso hacia una interesante subversión de roles —el momento en el que un grupo de mujeres ataca a la protagonista frente a su marido ante la más que previsible separación—, e incluso proponiendo detalles de un lirismo que ensambla perfectamente con las pretensiones del film —como ese moño que lleva Nana, donde dice conservar sus secretos y la fuente de su congoja—, si bien en ocasiones la cineasta decide subrayar de modo un tanto innecesario mediante diálogos —por ejemplo en ese baño que se da la protagonista con Ino, una muchacha algo más joven que ella en la que encontrará un asidero—.
De este modo, y buscando un efecto quizá contrario, la cinta no consigue tejer ninguna secuencia memorable, ni que la suma de las mismas compongan ese ejercicio estilístico donde todo fluya debidamente, abocando un interesante material a una tierra de nadie cuyo mayor defecto no sea quizá ese, sino una planicie que desde luego se aleja en mucho de los propósitos iniciales de una obra a la que flaco favor hace cualquier comparación posible que se pretenda establecer con cineastas cuya huella ha quedado ya marcada en las retinas de no pocos espectadores.
Podéis ver Nana en Filmin:
https://www.filmin.es/pelicula/nana
Larga vida a la nueva carne.