Lo que más llama la atención de inmediato de Naked Animals —la primera incursión de Melanie Waelde en el largometraje— es la relación de aspecto de 1,2:1 utilizada en su fotografía. Algo que como elección requiere de una justificación más allá de la socorrida y recurrente intención de transmitir una atmósfera claustrofóbica en un film. El relato muestra la vida de cinco jóvenes en su último año de colegio en una región alejada de los grandes centros urbanos de Alemania. Katja, Sascha, Benni, Laila y Schöller forman un grupo de amigos cuya vida diaria captura la cámara en pequeños y grandes momentos de sus interacciones, centrados especialmente en el personaje de la primera, interpretada impecablemente por Marie Tragousti, que es la auténtica protagonista de la película. La ambivalencia de sus relaciones, la falta de interés en los estudios, su entrenamiento de artes marciales, su perspectiva sobre el sexo, la familia y otros aspectos se muestran a partir de un punto de vista que llega a lo impresionista, en una sucesión de escenas enmarcadas dentro de una cotidianidad en la que los padres están sorprendentemente ausentes en la historia.
Volviendo al formato elegido para la imagen (de 6:5), resulta obvio que marca y lastra por completo la idea escénica y el tratamiento de sus personajes. En una nota positiva, el seguimiento extremadamente cercano —y de estética pseudodocumental con la cámara en mano— de los adolescentes permite alcanzar una intimidad extraordinaria en algunos momentos. También proporciona un sentido de tensión latente, de conflicto emergente propio de la composición de los planos, que es coherente con lo que subyace en sus vidas: la desorientación típica de esas edades, el proceso de salir a un mundo de adultos repleto de posibilidades y tener que responsabilizarse de las decisiones que se toman por uno mismo o la ambigüedad respecto al sexo y la naturaleza de sus amistades. Además de los silencios y lo que sucede fuera de plano, las motivaciones y los sucesos clave que no se explican y definen sus existencias y vínculos, su psicología no se justifica explícitamente y se dan por sentado muchos elementos de forma implícita. Hay un empeño muy claro de que el espectador tenga que asumir o deducir muchas cosas desde todo ese fuera de campo al que no tiene acceso, ajeno a ellos, que no está en las imágenes.
En el lado negativo, todas esas intenciones y ese encorsetamiento formal perjudican el tratamiento de los cuerpos y de los espacios donde transcurre la acción, que son en gran parte interiores. Lo mismo que favorece una delicada emotividad al considerar a sus personajes desde una gran proximidad, también se produce una reacción contraria de distanciamiento al combinar estas otras decisiones visuales y narrativas. No termina de completar un retrato grupal, pero tampoco uno individual de cualquiera de sus personajes principales —incluido el de Katja, que se basa en las peculiaridades y excentricidades más que en rasgos concretos de la personalidad—. No hay una clara determinación en cuanto al significado de las relaciones de los jóvenes, que reiteradamente vuelven una y otra vez a un puñado de ideas genéricas: sexo, violencia, paso a la madurez, expectativas de los adultos y problemas familiares. A ellas pretende llegar discursivamente desde conflictos internos desconocidos que proyecta en dichas relaciones y ambientes. Algo que no consigue conectar finalmente más que por lo evidente de sus intenciones.
La tensión que siempre está presente en las imágenes de Naked Animals parece el producto de la que experimenta la misma directora en la realización de su primer largometraje. Quiere una película que alcance dimensión social sacando de contexto socioeconómico y geográfico lo que ocurre en ella. También pretende que los personajes sean el foco sin atender en profundidad a quiénes son y por qué se comportan como lo hacen, desde un costumbrismo y realismo social que no deja de subrayar estas contradicciones.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.