El primer largometraje como directora de Natalia Garagiola no parece un ejercicio demasiado arriesgado. Nos encontramos de hecho con una historia corriente y convencional, sobre un chico violento y conflictivo, enfadado con el mundo, que es enviado en contra de su voluntad a vivir con su padre biológico, un guía de caza de la Patagonia que ha formado una segunda familia y con quien desde el primer momento no congenia.
Es probable que Garagiola peque aquí de una cierta ingenuidad o de una mirada excesivamente simple y esquemática del conflicto familiar y del choque de trenes entre dos personajes que se sienten forzados a entenderse, como poco pulida y carente de sutileza. Pero lo cierto es que, en dicha sencillez, Nahuel funciona y se mueve como pez en el agua. Siguiendo convenciones, la cinta aborda un proceso que resuena profundamente en todas sus etapas, en particular de la mano de Lautaro Bettoni que interpreta al adolescente protagonista, y que en su mirada a veces perdida, a veces desafiante y en no menos ocasiones simplemente frustrada aporta enteros al proceso emocional que sufre el personaje.
Uno de los aspectos que más me gustan de esta película es de hecho que las emociones cambian, visiblemente, a lo largo de la misma, pero no lo hacen como si estuvieran orquestadas como recurso dramático. La relación se hace dinámica cuando va pasando el tiempo, no hay un choque y una liberación, tampoco hay un punto en el que todo se arregle o se tire por la borda. Y esto es importante porque los personajes se están enfrentando también a una situación que perciben como inestable e incómoda, y que cuanto más se alarga más les está corroyendo. Nahuel está superando una pérdida y se enfrenta a cambios de rutina; necesita, más que nadie, poner algo de orden en su vida. La cinta en cierto momento comienza a virar en ese sentido: el día a día de su protagonista comienza a hacerse más llevadero y las piezas empiezan a encajar. Esto por supuesto tampoco significa que pase página y que no se sienta todavía desubicado. Pero al narrar el proceso de esta forma la historia está subrayando la aceptación de la pérdida y del cambio como algo gradual, que no se produce de un día para otro pero que termina convirtiéndose en una necesidad y en algo a lo que aferrarse.
De hecho, el conflicto de base entre Nahuel y su padre Ernesto comienza a diluirse hacia la mitad. No del todo, particularmente en el recelo que el primero muestra hacia el sistema de valores del segundo, pero no se eterniza hasta un límite gratuito e irrespetuoso con las necesidades emocionales de los personajes. Garagiola mide aquí muy bien los tiempos y enlaza también ese camino progresivo hacia la estabilidad emocional con otros factores, sea la integración en un grupo de amigos, o el reencuentro con su padrastro, las piezas vuelven a encajar en la mente de Nahuel, y esto es algo que el espectador puede trazar con facilidad, ese alivio y esa normalización gradual de las relaciones y la rutina, y que la película trata de manera estupenda.
Lamentablemente, Nahuel dista de ser perfecta. No solamente es en ocasiones vergonzante con el juego narrativo que sugiere, como sucede en la escena, ya tan recurrente en la ficción, en la que Nahuel apunta con la escopeta a Ernesto mientras éste observa despistado, y que sinceramente podría haberse ahorrado porque queda como una secuencia de tensión bastante banal en una obra a la que no le hace ninguna falta esto para dar a entender ese rechazo fuerte que siente el protagonista por su padre. Tampoco está en absoluto logrado el tema de la caza, el cual la película, de hecho, parece intentar que se convierta en una suerte de metáfora principal de la relación entre padre e hijo cuando a lo largo de toda la cinta no había hecho ninguna falta. Se ve como algo torpe, puesto por poner y por dar otra perspectiva a sus interacciones cuando ya se había construido algo natural y entendible sin necesidad de utilizarlo, porque tampoco parece algo bien aprovechado en, por ejemplo, una relación con la naturaleza y con el entorno que parece completamente accesoria pero que casi se da aires de tema principal.
En todo caso, estas carencias sobre todo de guión, de no tener las cosas claras y querer seguir convenciones contraproducentes y añadir capas superfluas a la película, resultan fácilmente ignorables en una cinta que en sus mimbres principales es sólida y próxima a sensaciones concretas, a las que trata con el respeto y da el espacio suficiente para generar una narrativa creíble, capaz de contar una historia común desde una perspectiva que se siente orgánica y que entiende en su base lo que significa el proceso emocional que retrata.