Nico (Guillermo Pfening) es un exitoso actor argentino que ha optado por probar suerte en los Estados Unidos, el afamado sueño americano, más específicamente en Nueva York. Deja de lado lo confortable de trabajar en su país y el reconocimiento en prácticamente toda la región latinoamericana para empezar de cero, con todas las complejidades propias que esto trae consigo: instalarse, sobrevivir a como pueda, tocar puertas en busca de castings, etc.
Esto es lo que Christina Lazaridi y la propia directora, ambas coguionistas, muestran de primero, sobre la superficie del argumento que se va desarrollando, la forma en que este individuo debe luchar ante la adversidad. Sin embargo, hay algo escondido más al fondo del propio personaje, un estancamiento amoroso que termina en una huida, una relación insana que culmina con alejarse de dicho contexto, con la ya mencionada excusa de buscar nuevas oportunidades laborales.
Ahora bien, a todas luces la decisión de Nico no parece ser la más acertada, ya que su vida no va bien como se va mostrando con el avance del metraje, no solo en el aspecto laboral sino en el emocional, puesto que las reminiscencias de ese ex son constantes, además que de una u otra forma sus allegados lo mencionan.
Dentro de la vida del protagonista en Nueva York se muestran dos vertientes, por un lado está en la búsqueda por sobrevivir: no consigue trabajo como actor, debido a que es blanco y rubio, por lo que pareciera imposible lograr encasillarlo como el típico latino en los Estados Unidos. Por azar consigue —al inicio sin querer serlo— trabajo como niñero del bebé de una coterránea suya, y este pequeño resulta ser una luz en su vida, congeniando un nexo bastante agradable y de desenvolvimiento natural. Además que funciona para mostrar algunos elementos sociales en cuanto a mujeres foráneas que realizan estas labores.
Por otro lado está todo lo referente a la situación laboral, idas y venidas a dejar currículos e intentar hacer castings (en serio, intentar), contactar productoras para manejar alguna posibilidad siempre infructuosa. Y en medio de todo eso, burdas mentiras a sus familiares y amigos respecto a su situación, donde busca aparentar que todo está bien, que se mueve entre reuniones, que está a punto de empezar a filmar y demás sueños que solo se mantienen en su cabeza.
También en su cabeza están las pesadillas de ese amor, enérgico y pasional como se muestra en cierto momento, pero un amor prohibido basado en una careta, en una mentira, en lo que es “correcto”, o lo que ese otro personaje construyó como correcto, mientras para Nico era (o es) absolutamente todo, he ahí lo complejo, he ahí el motivo real por el que quiso salir de su país, una huida que solo fue física, mas no emocional, he ahí también el título del filme.
En Nadie nos mira, Solomonoff da un vistazo de la situación del migrante en Estados Unidos, pero su mirada, como se ha expuesto en esta crítica, no es la típica de un filme de esta índole. Aunque hay algunos retazos como lo ya mencionado de las niñeras que Nico se encuentra en el parque, que conversando entre ellas se dan algunas ideas (mínimas por supuesto) de cómo ha ido cambiando el papel del migrante en este país, por ejemplo, en algo tan básico como el idioma.
El largometraje culmina siendo una obra de una gran sensibilidad, la excelente actuación de Guillermo Pfening —premiada en Tribeca Film Festival— refuerza este sentimiento, maneja muy bien los vaivenes emocionales en absolutamente todos los apartados que toca la obra: trabajo, amor, de niñero, una gran entrega de su parte.