Hay pocas películas que anuncien lo que va a suceder en ellas durante los primeros tres minutos de metraje. En un montaje rápido, con la voz en off de la protagonista, Assassination Nation avisa al espectador de la presencia de drogas, abuso sexual, violencia, desnudos y otros muchos hechos supuestamente escandalosos, y es en ese momento que el interés por el film empieza a decaer.
El joven estadounidense Sam Levinson dirige esta adaptación moderna del clásico Las brujas de Salem, de Arthur Miller. A medio camino entre la aclamada Spring Breakers y la trasnochada The Purge, Assassination Nation toma la inteligencia de la obra de teatro de Miller y la pasa por un filtro de Instagram, vaciando las sutilezas y convirtiéndola en un producto ‹cool› y ‹millennial-friendly›; o si se prefiere, en una película indie distribuida por Universal Pictures.
Presentada en el pasado festival de Sitges, Assassination Nation trata sobre un grupo de amigas de instituto en el suburbio de Salem que se ven envueltas en un caso de filtraciones y hackeos de archivos personales, lo que las acaba convirtiendo en objeto del odio por parte de una turba enfurecida. Durante la primera hora de film, asistimos a conversaciones, fiestas y conflictos sentisexuales de estas cuatro chicas de entornos privilegiados, todo bajo la luz de una estética perfectamente lograda, seguramente gracias a la mano del prometedor director de fotografía húngaro Marcell Rév. Ello, junto al buen trabajo de las cuatro actrices protagonistas, hace que nos veamos envueltos en esa atmósfera de secretos, control y opresión sin fronteras en la que puede convertirse Internet. El director logra por momentos mostrar hasta qué punto las redes sociales han conseguido modificar la manera en que la mayoría de los jóvenes se relaciona o incluso piensa. Libres de un cierto sentimiento de culpabilidad analógica de generaciones anteriores, los nativos digitales parecen configurados, de una manera totalmente natural, por y para Internet, abriendo una brecha generacional que el cine debería ser capaz de analizar.
El problema de este tramo de película es quizás que los personajes rara vez se convierten en otra cosa que en monigotes que emiten el mensaje que el director quiere transmitir. La estética y la atmósfera pesadillesca que hacían de Spring Breakers una obra fresca y laberíntica se convierte aquí en algo impostado, tanto como los diálogos pontificadores sobre el mundo contemporáneo que cada una de las cuatro protagonistas no dudan en pronunciar a la mínima oportunidad.
En la segunda mitad del film, todo se lleva al límite de una manera apresurada, con elementos que rebasan el absurdo, consciente o inconscientemente. La película toma la deriva de la persecución, la venganza y el ‹gore›, intentando mostrar con humor negro la hipocresía moral de una cierta sociedad estadounidense, cuya inherente violencia y autoritarismo saltan a la palestra ante el mínimo conflicto. En esta parte final, Assassination Nation mantiene la (buscada o no) superficialidad de discurso y el contenido vacío de sus evocadoras imágenes, sumando además otro elemento: ciertos guiños a la norteamérica de Trump y al feminismo, tratado aquí más como una moda rebelde que como un movimiento político de primer orden.
La película de Levinson deja por el camino un buen puñado de escenas preciosamente orquestadas, bellas imágenes y un montaje que por momentos alinea perfectamente forma y contenido. Levinson se revela también como un buen director de actrices, y pese a no haber logrado ni de lejos un film tan mordaz e interesante como él hubiera esperado, es una película capaz de generar debate y ofrecer alguna que otra reflexión sobre lo que significa ser adolescente en el mundo occidental actual.