Te sacan del útero, te ponen un brazalete identificativo, te llevan a una incubadora y te toman medidas. En realidad, el nacimiento no deja de ser otro proceso burocrático más.
El cine, sin embargo, siempre ha quedado lejos de esa visión desmitificadora que el propio Jorge Caballero reconocía haber intentado inducir en su Nacer. Diario de maternidad. De hecho, títulos de películas como Un feliz acontecimiento (también acerca del acto de recibir una nueva vida) son un claro indicativo de que la palabra nacimiento, ya sea por el hecho de acoger a alguien más en el seno familiar o poner a un pequeño bajo tu mismo techo, nunca ha tenido otra connotación que no fuera totalmente positiva.
Así, el cineasta colombiano nos traslada de las calles de su anterior documental, Bagatela, a los hospitales de una Bogotá cuyo retrato no es en esta ocasión crítico acerca de las propias instalaciones o ‹modus operandi› dentro del recinto hospitalario, sino más bien prefiere ceñirse a una temática principal que, como demuestran los seis episodios de Nacer. Diario de maternidad, y aunque en alguna ocasión decide reincidir sobre puntos de anclaje similares, da para más de lo que podría parecer. No obstante, la realidad es mostrada transparentemente y, aunque no se haga hincapié en ello, es inevitable verse inmerso en los métodos en ocasiones rudimentarios de ese emplazamiento o incluso en el humor (incluso algo negro) de médicos y enfermeras que reciben parientes de diversa índole cuyas historias resultan, cuanto menos, de lo más curiosas.
Una de las primeras secuencias nos traslada a una sala donde se encuentra una mujer que pide a gritos (literalmente) una cesárea. En ella, observamos tanto el desacuerdo de la paciente al negársele la operación, como un padecimiento que prácticamente se torna otro de los personajes de la obra.
Pero más allá del estado físico y mental al que se pueda llegar en el parto (de hecho, más de una paciente parece estar totalmente desequilibrada debido a un dolor físico que no terminan de aceptar y que parecen querer sacudirse cuanto antes, aunque ello pueda influenciar negativamente en el proceso), Caballero incide de modo específico en el hecho de ese trámite burocrático: aquí ya no se habla simplemente del proceder cuando la criatura sale del útero de su madre, sino de mucho antes. Las preguntas realizadas en ocasiones y los puros formalismos se antojan descabellados, más teniendo en cuenta que estamos hablando del nacimiento de un nuevo ser. Todo ello por no hablar de las respuestas que en ocasiones otorgan los responsables del hospital, siendo irónicos o en otras haciendo gala de una mala leche que quizá desmitifica un poco ese cuestionario del absurdo al restarle cierta frialdad, pero que no deja de sorprender como proceso en si mismo.
Pese a todo ello, a esa visión mucho más trivial y en cierto modo incluso destemplada, el cineasta de origen colombiano no olvida lo que supone el nacimiento en sí y da lugar a algunos de esos momentos tan tiernos, incluso divertidos, que propician los propios familiares al tener al infante entre sus brazos. Se podría decir que captura la esencia del momento y la traslada a un relato tan particular para crear un contraste que no le viene nada mal a la obra, elaborando así un tono que juega como arma de doble filo y tan pronto es capaz de hacer sonreír (incluso reír a carcajadas) al espectador como de incomodarle con una secuencia que, pese al límpido prisma empleado por Caballero, no le es tan cercana en realidad.
Puede que en ese punto que flirtea con la parte más incómoda del documental, el realizador no sepa en ocasiones dar con la tecla adecuada mediante imágenes que quizá resultan demasiado toscas para el tipo de retrato que está realizando (aunque, en el fondo, no le falte sentido a la búsqueda de ese tipo de estampas), pero lo cierto es que se propone con creces lo que buscaba y logra una extraña mezcla de sensaciones que sin duda cautivará a unos, e incluso podrá servir como guía pormenorizada (por la variedad de casos y situaciones tan raras que se dan) para cualquier mamá que quiera afrontar un camino más sufrido (sí, aun más) de lo que pudiera parecer, pero cuyos frutos terminan siendo tan gratos como lo puede ser la minúscula sonrisa de un recién nacido.
Larga vida a la nueva carne.